“Todos somos capaces de lo peor, y únicamente si lo reconocemos, llegaremos a ser personas cabales”, afirmó Griselda Gambaro (1928). En su extraordinaria escritura teatral, la más importante dramaturga argentina viviente suele realizar una dura transcripción de la crueldad del mundo, junto a la piedad hacia los que sufren. Pero no sólo el sufrimiento de las víctimas, sino también de los victimarios.
Justamente en esta obra –estrenada en el 2004 por Cristina Banegas, con dirección de Pompeyo Audivert– reduce la tragedia shakespeariana a lo esencial: el malvado personaje femenino. Sobre su figura impiadosa, en dialogo perpetuo con el terceto infernal de brujas profetas, Gambaro elabora una síntesis dramática de tensión y poesía admirable sobre la ambición del poder.
Cabal hombre de teatro, Silvio Lang logra con su flamante puesta el raro prodigio de ocupar la vastedad de un coloso en ruinas, el Ex Molino Werner (ver recuadro). Cada rincón del inmueble, desde sus ventanas sin vidrios, las paredes derruidas, los hierros oxidados, hasta los huecos más impensados, adquieren la calidad de una lujosa escenografía funcional –la iluminación de José Jerónimo y el trasto metálico de Rubén Schaap son deslumbrantes– donde merodean espectrales los protagonistas del drama.
Otro pilar de su notable labor es el aceitadísimo trabajo actoral. Cuenta a su favor con un elenco de homogénea calidad, donde se destaca, claro está, Bibiana Grabowsky como la atribulada señora del título. Una actriz de refinada presencia y soberbio órgano vocal, que ofrece una entrega de intensa visceralidad. La acompaña el serpenteante coro de hechiceras compuesto por Mariana Roseró, Liliana Rojas y Rosana Maldonado, que aúnan la plasticidad de sus cuerpos con la vitalidad interpretativa, y por último, la lúgubre aparición del fantasma ensangrentado de Banquo, a cargo de un vigoroso Diego San Miguel.
No están solos, porque como detalle de color, ya desde los ensayos, una gata de pelaje gris, dueña y reina de esos ámbitos, irrumpe en el montaje, casi como un personaje más. Lejos de amedrentarse con el imprevisible e inmanejable deambular de la felina, el director lo incorpora sin que su simpática participación dañe la trama. En suma, la calidad y la seriedad de esta propuesta pampeana, sencillamente imperdible, rozan la excelencia y demuestran una vez más que la creatividad escénica no es patrimonio porteño.