Después de la mecánica cuántica, la relatividad, el big bang y la biología evolutiva, algunos pensaron que a la ciencia ya no le quedaría nada importante por descubrir. Pero el físico teórico norteamericano Robert Laughlin, Premio Nobel 1989, rechaza de plano esa idea. “La ciencia no terminó. Lo que está terminando es el reduccionismo de quienes pensaban que la ciencia significa dominar la naturaleza rompiendo las cosas en partes más pequeñas. Pero ahora se dieron cuenta de que también consiste en observar cómo las partes se ensamblan entre sí por su propia cuenta. Y eso les molesta mucho”, sostiene Laughlin.
En su libro “Un universo diferente”, que Katz Editores acaba de lanzar en la Argentina, Laughlin explica con humor e irreverencia los llamados “fenómenos emergentes”: aquellas propiedades de la materia que surgen de la organización de grandes cantidades de átomos, y que, según afirma, permite que los misterios más indescifrables se vuelvan comprensibles. No lo asusta la controversia: “En aquellas raras ocasiones en que un resultado científico enciende llamas de pasión, casi siempre es porque la teoría es correcta”, señala en diálogo con NOTICIAS, desde su oficina en la Universidad de Stanford, California, donde enseña desde hace dos décadas.
Noticias: ¿Cómo explicaría el concepto de “emergencia” en física? ¿Es una idea, una teoría o un hecho probado?
Robert Laughlin: Mi definición de “emergencia” es muy acotada y precisa: alude a la creación espontánea de una relación cuantitativa e inmutable entre cantidades medibles –lo que llamaríamos una “ley”– a través de la auto-organización. Que estas cosas ocurren es por cierto un hecho probado, dado que hay un montón de leyes exactas en el mundo que se tornan inexactas cuando se separa el sistema en partes para ver de dónde vienen.
Noticias: Usted lo grafica con el fenómeno de la rigidez de los sólidos.
Laughlin: Es mi ejemplo favorito. La rigidez es una consecuencia automática y necesaria del ordenamiento cristalino. Es fácil mostrar que los átomos tienden al orden, pero es imposible demostrar que lo hacen de manera “exacta”, sobre todo cuando la temperatura es elevada. Las mediciones ofrecen la misma respuesta una y otra vez, y por eso es una ley. Sin embargo, cuando se toma una muestra más pequeña (por ejemplo, con nanotecnología), las cantidades que se miden se vuelven inexactas, o sea, la ley desaparece.
Noticias: ¿Es un mito que la matemática sirve para entender el comportamiento de la naturaleza?
Laughlin: Desde el punto de vista reduccionista, todo fluye a partir de unas pocas ecuaciones básicas, y comprender el mundo se reduce a resolver esas ecuaciones. Si no se las puede resolver en una situación particular, eso significa que la “tecnología” todavía no es lo suficientemente buena, y que hacen falta mejores computadoras o trucos matemáticos. Desde la perspectiva “emergentista”, en cambio, es imposible simular el mundo con computadoras salvo que algunas leyes emergentes le simplifiquen las cosas a uno. Cuando esto ocurre, las matemáticas funcionan. Cuando no, es cuestión de suerte. En otras palabras: la naturaleza permite a las matemáticas trabajar, no a la inversa.
Noticias: ¿Físicos célebres como Einstein y Stephen Hawking han contribuido al “error reduccionista”?
Laughlin: Es una pregunta algo incómoda porque, en este momento, estoy embarcado en una batalla respecto a la radiación con Hawking (ver recuadro pág. 84). Pero la verdad es que los errores reduccionistas son cometidos incluso por personas muy inteligentes cuando no someten sus ideas a la falsación experimental (esto es, cuando no hacen predicciones que se puedan contrastar). Einstein fue muy cuidadoso respecto de las restricciones experimentales de sus teorías, por lo que su trabajo, aun con lo asombroso que resultaba, es muy creíble.
Noticias: ¿Por qué piensa que, como las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen las teorías científicas?
Laughlin: Es un chiste que parafrasea a la célebre cita del ex canciller alemán Otto von Bismarck. La respuesta breve es que las teorías científicas son como las normas legislativas: nacen influidas por compromisos políticos, y luego se trata de imbuir con integridad el resultado final… pero no siempre se logra.
Noticias: ¿Las leyes de la emergencia dan nueva vida al concepto de “éter”?
Laughlin: ¡No! “Éter” es una palabra política en física que lleva el sentido implícito de “anti-relatividad” o “anti-Einstein”. Las leyes de la emergencia no tienen ese sentido. De hecho, son una parte integral del modelo estándar de las partículas elementales (el que describe las tres fuerzas no gravitacionales que cohabitan en la naturaleza: la fuerza subatómica fuerte, la subatómica débil, y la electromagnética). Pero si se quita la innecesaria connotación anti-Einsteniana y se restringe el término éter a “materia que llena el universo”, se encuentra que el modelo estándar de las partículas elementales, es, de hecho, una teoría del éter.
Noticias: ¿Y eso los físicos de partículas no lo saben?
Laughlin: Sí, pero no lo dicen porque es políticamente incorrecto. A mi me encantaría que se terminara ese tabú.
Noticias: Pocos científicos discuten la importancia de la organización en el nivel político, social, biológico e incluso químico. ¿Por qué el concepto fue tan soslayado en física?
Laughlin: Porque a los físicos les pagan para hacer tecnología, no para facilitar la comprensión. Uno es lo que come.
Noticias: ¿Por qué es tan escéptico respecto de la nanotecnología, esa tecnología de la escala atómica que promete revolucionar el futuro?
Laughlin: El “Diccionario Filosófico” de Voltaire empieza con un párrafo maravilloso que señala lo ridículo de preguntar sobre la mayor de las bondades, porque sería como preguntar “cuál es el mayor de los azules”. Bueno: no soy escéptico sobre las perspectivas de la nanotecnología de la misma forma en que no lo soy respecto del mayor de los azules. El mayor de los azules no puede tener buenas perspectivas o falta de ellas. No tiene sentido.
Noticias: ¿Es todo una fantasía?
Laughlin: Es una de esas creaciones de los gobiernos que, simplemente, no se pueden discutir con sobriedad. Por más que uno lo intenta, las palabras fallan y uno empieza a reírse sin control.
Noticias: ¿Por qué tampoco le gustan algunas teorías cosmológicas, como el big bang (la gran explosión que habría dado origen al universo) o la teoría de cuerdas?
Laughlin: ¿Quién le dijo que no me gustan? Me gustan. Lo que no creo es que sean ciencia, por que no se pueden “falsar” o contrastar experimentalmente. Es como la religión.
Noticias: ¿Pero no hay suficiente evidencia experimental de que el big bang efectivamente ocurrió?
Laughlin: Sí, es cierto, tal vez no sea el mejor ejemplo. Pero la teoría de cuerdas no se puede falsar, como la mayor parte de las ideas sobre los primeros microsegundos de la vida del universo. Deducir lo que pasó en los primeros momentos del universo a partir de observaciones actuales es como inferir la forma de unos panes de dinamita a partir de los ladrillos y escombros que quedaron después de la explosión de un edificio de 10 pisos. El razonamiento no es muy firme.
Noticias: Usted afirma que la materia tiende a organizarse en estructuras más complejas que crean nuevas realidades con sus propias leyes. ¿Esta “tendencia a la organización” es la única ley real del universo?
Laughlin: ¡Qué pregunta tan divertida! Muy budista. Pero creo que nos volveríamos locos si no restringimos el término “ley” a las relaciones cuantitativas entre cantidades medidas que siempre se obedecen de manera exacta. La “tendencia a la organización” no entra en esta categoría.
Noticias: Uno de los dogmas de la ciencia aplicada es que se necesita la ciencia básica para entender un tema y contar con las herramientas para transformar ese conocimiento en un producto comercial o tecnología. ¿Usted comparte esta idea?
Laughlin: No. Uno de los ejemplos modernos es la “ingeniería genética”, ese nombre equívoco para un extraño arte negro que se basa en un conocimiento básico e inadecuado del control de la expresión genética. Lo que importa en este caso no es comprender los secretos de la vida, sino crear nuevas drogas para la medicina u organismos artificiales para la agricultura.
Noticias: ¿Quién debería financiar la investigación científica? ¿El Estado o la industria?
Laughlin: Me volví más cínico y conservador a medida que fui envejeciendo. Temo que el modelo de “caridad” de la investigación básica no tiene sentido en un país democrático. Desearía que no fuera así, pero es lo que veo. Los legisladores no van a tolerar dar más cheques en blanco para profesores y estudiantes con dinero, y la “caridad” que dispensen va a ir a los más necesitados: sobre todo, aquellos necesitados que voten en sus distritos. Por lo tanto, los científicos que quieran dinero del gobierno, a cambio tendrán que crear tecnologías o entrenar estudiantes para la industria. Es el negocio.
Noticias: En su libro, usted presenta ideas que muchos otros científicos comparten pero ninguno se atrevió a exponer antes. ¿Cómo reaccionaron? ¿Se enojaron, se desilusionaron, lo felicitaron?
Laughlin: Hubo reacciones en toda la escala, desde la solidaridad extasiada hasta la furia extrema. No me sorprendió porque eso es lo que pasa cuando uno le da de lleno a un tema importante. Sin excepción, todo el trabajo teórico que hice y llegó a algo importante, nació de la controversia. En aquellas raras ocasiones en que un resultado científico enciende llamas de pasión, casi siempre es porque la teoría es correcta. Las teorías equivocadas no amenazan a nadie, por lo que no provocan nada más que bostezos.