Hace unos días, decenas de argentinos pagaron hasta 210 pesos para escuchar al japonés Masaru Emoto, que visitó Buenos Aires para presentar la conferencia “El ser humano y el agua”. Este hombre afable de 65 años no es médico: apenas tiene un diploma en relaciones internacionales –asegura que también estudió medicina alternativa en la India– pero es capaz de congregar a centenares de personas interesadas en su tesis. Según él, la música clásica y el agua poseen “propiedades curativas”. Hasta ahí, ninguna novedad: decenas de estudios científicos han demostrado los efectos benéficos de la música en el tratamiento de enfermedades mentales, estrés y la recuperación de bebés prematuros. En cuanto al agua, bueno, cualquier persona con estudios primarios sabe que el agua es un elemento esencial para toda forma de vida. Pero Emoto insiste, “El agua puede llevarse el dolor”, lo que no resulta nada nuevo bajo el sol: desde hace siglos, los yoguis declaran que el agua cura, mientras que desde inicios del siglo XX, la hidroterapia propugna el tratamiento de enfermedades a través del agua. Los postulados de este nipón que recomienda escribir frases cariñosas en la etiqueta de una botella de agua y decirle “gracias” y “te amo” cada vez que uno tome un sorbo, no revestirían demasiada importancia sino fuera por los 900 oyentes que asistieron a su conferencia en Buenos Aires, en su mayoría pertenecientes a clase media alta y alta y con estudios superiores. Las razones de esta cifra nada despreciable son difíciles de dilucidar. Pero lo que resulta indudable es que en una sociedad donde se venera la felicidad y la imagen física, existe un pujante mercado de terapias que prometen bienestar corporal y espiritual, además de éxito en los negocios, el trabajo y el amor. “El malestar existencial genera obligaciones”, indica la psicoanalista Mónica Cruppi. “Hay una euforia permanente que exige estar linda o lindo y con buena ‘onda’. Lo mismo sucede con el éxito y el dinero. No hay lugar para el dolor, los duelos, la espera ni el compromiso”, agrega.
Cada año surgen decenas de fórmulas y creencias “a la carta” que combinan religión, ciencia, esoterismo, medicina alternativa, cosmología, ecología y psicología para tratar problemas de salud y del alma. Sin embargo, no todo es individualismo ni búsqueda de felicidad “exprés”. Según el autor francés Jean Vernette, en la actualidad la gente que recurre a las nuevas terapias busca mucho más que la salud. “Espera un arte de vivir, un mejor ser, y una ‘salud’ del alma y el espíritu”, dice el autor de “Las nuevas terapias”, que afirma que hoy en día un francés sobre seis recurre regularmente a terapeutas alternativos y sanadores. “También está el rechazo a ser considerado un número o un objeto –en el hospital uno es el ‘infartado del octavo piso–’, y a las terapias que causan malestar”, explica Vernette. También hay que saber, agrega, que al reivindicar este derecho a la diferencia, la medicina alternativa obstaculiza su oficialización ante las autoridades, porque justamente ella es “diferente”.
Recambio. Mientras que en décadas anteriores, el insight, el control mental o la meditación trascendental hacían furor entre el jet-set internacional y local, ahora, y desde hace unos años, es el turno de la respiración holotrópica –combina música “étnica” y ejercicios de respiración que buscan un estado “no ordinario” de conciencia– la biopsicogenealogía y los “talleres vivenciales” de Brian Weiss, gurú de las “vidas pasadas” con seguidores como Susana Giménez y Ricky Martin. A estas terapias se suman a técnicas que ya han sido aceptadas en mayor o menor medida por parte del establishment “psy”, como el EMDR –fundado sobre los movimientos de los ojos, que facilitan la transferencia de información entre los hemisferios del cerebro, permitiendo una transformación de la representación mental del pasado–, la programación neurolingüística –durante años utilizada por publicistas y actualmente base de algunas terapias breves–, el coaching o la terapia de “constelaciones familiares”, que consiste en analizar el sistema familiar como una constelación.
Luego están aquellas técnicas que la mayoría de las veces provocan sonrisas, como la terapia hidrocolónica –limpieza del intestino a través de irrigaciones de agua, con adeptos como Madonna–, la gemoterapia –como en el Reiki, postula que los minerales están expuestos a campos de auras y generan reacciones en sus chakras– y la iriología, ridiculizada por muchos cuando era promocionada por Giselle Rímolo y, sin embargo, utilizada por algunos médicos homeópatas de prestigio. En la misma línea figuran las flores de Raff, especie de versión autóctona del sistema floral creado por Edward Bach y cuyo inventor, Jorge Raff, asegura poder “dialogar con las plantas y leer sus vibraciones”. También está la auroterapia, que con un elixir en un frasco promete “poner en resonancia las vibraciones del alma posibilitando la apertura del alma para su sanación”.
Libro de autoayuda. Con similares promesas de sanación física y espiritual y, además, de riqueza económica y amor, en su best-seller “El secreto”, la australiana Rhonda Byrne aplica uno de los postulados básicos de la física, la ley de gravedad o atracción de masas, al plano del alma. De esta manera, “lo semejante atrae a lo semejante” y uno “se convierte en lo que piensa”. A la manera de los pueriles libros de Paulo Coelho, para que “el secreto” se cumpla, según Byrne sólo hay que seguir una serie de pasos: pedirlo al Universo, tener fe y esperar. Por último, para que el secreto se cumpla tanto en el plano económico como en el social y espiritual, hay que aprender a “dar gracias” y no desear el mal a nadie. La escritora lleva vendidos millones de ejemplares –en la Argentina, su libro cuesta $ 108– de lo que no es más que un compendio de frases de crecimiento personal combinadas con pensamiento positivo, hinduismo y postulados de Wallace Wattles, autor del poco espiritual “La ciencia de hacerse rico”. Sin embargo, en la web, decenas de foros y blogs aplauden la teoría de Byrne, que también comercializa CDs con frases inspiradoras. En el 2006, la australiana produjo el film del mismo nombre, que atrajo la atención de figuras de la TV norteamericana como Oprah Winfrey y Larry King.
Con menos éxito que Byrne, y a la manera de “Las reglas”, el libro que proponía un riguroso método para conseguir novio –otra vez, elogiado hasta el hartazgo por Oprah Winfrey–, Mario Luna escribió –o al menos eso dice este español buen mozo que aseguraba ser un “looser” en el levante– “Sex Code”, método “científico” de seducción destinado a los hombres. Este consiste en una extraña seudoteoría que combina hombres y machos “Alfa”, hombres “Aven” y mujeres “selectivas”, que se impondrían a las “promiscuas” en la cadena evolutiva.
Aguaterapia. Para que los poderes del agua surtan efecto, según Emoto este líquido vital debe recibir buenas ondas. Para demostrar esta teoría, el “científico japonés”, como lo presentan los organizadores de sus conferencias, declara que las moléculas de agua se comportan de manera distinta según los sonidos a los que son expuestas. ¿Más pruebas? Según él, el agua destilada que “escucha” la sinfonía Nº 40 de Mozart origina cristales con formas delicadas y simétricas. En cambio, cuando se la expuso a un tema de Elvis Presley, los cristales, observados a través de potentes microscopios, “se partieron en dos”, aseguran sus estudios, que indudablemente tienen un asidero científico, pero que en el contexto de una bizarra conferencia despiertan suspicacias. De hecho, en la dictada en Buenos Aires, Emoto entonó a capella “Edelweiss”, la canción del capitán Von Trapp en “La novia rebelde” y hasta aseguró que en fotografías satelitales tomadas después del tsunami que arrasó el sudeste asiático en el 2004 mostraron imágenes del agua con forma de un “dragón”, lo que para Emoto es una clara señal de que la Tierra “había sido dañada y se estaba vengando”. De todas formas, su teoría ha sido recogida por las Naciones Unidas, que auspicia un programa del gurú japonés destinado a concientizar a los niños sobre la importancia del agua.
En medio de todo este menú de recetas que prometen eliminación del dolor, felicidad, novio o novia, bienestar físico, psíquico y espiritual y, encima, riqueza, según Vernette no queda otra que diferenciar a los buenos terapeutas de los malos. “Hay que preguntarse por la concepción del hombre que tiene el profesional. O sea, si me dice que mi enfermedad es ‘fruto de mi karma’, mejor salir corriendo”. Pero tampoco desautoriza a los sanadores populares, aquellos que buscan el equilibrio de la persona. “Yo diría que toda terapia, en la medida que a uno le permita crecer y disfrutar de las cosas, es buena”.