Cuentistas buenos hay muchos. Excelentes, bastante menos. Y los destacados de verdad producen un efecto extraño: eliminan en la expectativa la figura personal del autor. Uno no piensa: “Qué bien, salió otro libro de Fulano”, sino “A ver qué cuentos hacen ahora”. Como lector me provocan esa expectativa concreta, riesgosa, Samantha Schweblin, Saer, Hebe Uhart, Patricio Pron, Fogwill. Y muy en particular, Gustavo Nielsen.
La edición local (primero fue en España) incluye tres de sus mejores relatos. Son “La vida cantada”, “La fe ciega” y “El café de los micros”. Con una bienvenida particularidad: no se parecen a sus mejores cuentos anteriores.
“La vida cantada”, por ejemplo, es el desarrollo de un programa radial de poesía (“Chancho de fuego”) con una invitada veterana y otra joven. Puede parecer una parodia, pero pronto la tensión se vuelve terrible y múltiple. Las últimas dos páginas vuelven a la realidad para un final sorpresivo, justamente por coherente.
“La fe ciega” es el texto más breve y misterioso del libro. Mezcla relaciones paternas y familiares cruzadas con un sueño minimalista que insiste en volver.
“El café de los micros” obtuvo un primer premio hace unos años, y condensa con mano maestra la violencia de las rutas y la relación difícil de un padre con su hijo, al fin disuelta en el discreto regreso del cariño.
Nielsen mezcla la acción con los diálogos, y no pierde mucho tiempo con la ambientación: los pocos rasgos que elige son exactos. Además, domina cada vez más el arte de los cambios de velocidad en un solo texto.
Los otros relatos son muy legibles, pero un poco menores. Al menos como yo los espero de un cuentista excepcional.