Domingo de elecciones en el Hotel Intercontinental. En la suite presidencial del piso 18, uno de los Kirchner, ella, se retoca el maquillaje y repasa el discurso de la victoria que dará unos minutos después. El otro Kirchner, él, devora porcentajes y estadísticas frente a una computadora. No puede parar: va distrito por distrito, anota las cifras, insulta aquí y vocifera allá, enfurece con sus aliados radicales, el mendocino Julio Cobos y el marplatense Daniel Katz, aúlla con el triunfo del gobernador santacruceño Daniel Peralta, y cada diez segundos aprieta la tecla “F5” para actualizar los datos del monitor, un acto reflejo que lo pinta como el gran obsesivo que es. Ella lo mira de reojo, acostumbrada, y sigue con lo suyo.
La forma en que los Kirchner vivieron el domingo de su segunda consagración en cuatro años es representativa de cómo será la futura administración de Cristina Fernández. Uno de los dos pondrá la cara, dará los discursos y ostentará el poder formal. El otro influirá detrás de escena, revisará cada decisión y cada número, y se encargará de arreglar cuentas con aliados y adversarios.
Uno de los escasos consejeros ante los que el Presidente saliente se sincera lo escuchó decir: “Si Cristina hace un gobierno de cinco puntos, con eso me alcanza para volver tranquilo en el 2011”. El consejero estaba entre los que desconfiaban cuando Kirchner decía que no iría por la reelección y que su esposa terminaría siendo la candidata. Ahora se consuela: “A los que no tenemos ningún trato con ella, que somos muchos, Néstor nos dice que va a seguir estando”.