Sabiendo que nadie va a enterarse de lo que está pensando, quizás pueda recordar sin remordimiento esa vez que el zapping se detuvo ahí donde algún nadie hacía sus monigotadas frente a la burla de otros que se hacían los superiores, aunque tengan por profesión parecidas bajezas. Si es un televidente temerario y no le importa el qué dirán, reconocerá frecuentar esos programas donde se fuman sin filtro personajes que hacen de sí mismos o exhiben presumidos talentos que casi siempre delatan una carencia absoluta de ellos. Aun si no come espectáculo crudo, y es de los que picotean de los programas que cocinan las sobras de otros, sabrá igual quiénes son las Zulma, los Süller, los Amigacho, porque están ahí, en las noticias, en las tapas de las revistas, en las conversaciones. Todos los conocemos.
Son muchos los medios que viven de estos marginales que buscan en la televisión algo que no terminamos de entender. Pero también somos muchos los que buscamos en estos personajes algo que no terminamos de confesar. Apenas sí sabemos que esas historias ridículas, denigrantes, marginales, nos dejan hipnóticamente adheridos a una pantalla que muestra cosas que nuestra conciencia repudia. Algunos dicen que el cambio de siglo encontró a los espectadores saturados de artificios y vieron en estos seres descarnados una referencia más cercana a la realidad estallada por las crisis social, política, económica. La TV realidad, en los participantes de sus productos globales, en panelistas de historias corrientes, en sus artistas aficionados, ofrece al espectador desencantado una mirada de sí mismo.
En la pelea por la permanencia en el reality show ve un poco de su lucha diaria por subsistir en un mercado laboral tan cerrado como la casa más famosa. En esos que disputan sus intimidades en cámara, ve algo de sus propias reyertas cotidianas. Anabela explicaba su éxito y el de su principal descubrimiento en que Zulma Lobato era “auténtica”. Es cierto que en este mundo youtubizado, el video casero es más atractivo que el videoclip elaborado, el directo del cortejo fúnebre más convocante que el discurso oficial preparado, el exabrupto filmado con celular más creíble que el discurso ensayado bajo reflectores. Pero no lo es que una travesti pobre, abandonada del mundo, sea auténtica porque la desesperación le anuló las inhibiciones y no se da cuenta de que se le corre la peluca. Ella está ahí porque la televisión es, paradójica, trágicamente, el único lugar donde un ser sin atributos puede ser héroe. Por un instante, claro. Pero qué instante. Para muchos, esos ojos que sintonizan el programa pueden ser los únicos que se dignaron a posarse en su humanidad en meses. Esos programas que los convocan para el escarnio son quizás de los pocos que los hayan invitado en años.
Todos vimos a Zulma cuando dejó de ser Miguel al ver su nombre elegido impreso en un videograph. Zulma soñó, quizás, que su historia podía ser la de Florencia de la V. Todos vimos a Florencia y a Zulma. Todos nos hemos reído, aun involuntariamente, con ellas. A Florencia le salió bien y fue divertido. A Zulma no, y es trágico. Todos sabíamos que no podía terminar bien. Ni siquiera esa falsa prosperidad que su fama repentina le prodigó y que le permitió renovar peluca y vestidos que mostró, orgullosa en su desvarío, en fiestas privadas y en boliches donde repetían en vivo la mofa televisada. Todos sabíamos que Zulma no iba a ser Florencia. Todos menos ella. Debía haberse dado cuenta cuando solo le mandaban el remís para humillarla en el estudio. Debía haber sospechado cuando nadie se acercó a ofrecerle el nuevo DNI para sacarse una foto con ella y una nueva identidad. En su desbarranque, a nadie se le ocurrió ofrecerle más que lo mismo que le ocasionó su gloria fatal: una cámara.
Estábamos acostumbrados a los mediáticos de antes, profesionales, pintorescos, que parecían manejar su exposición al punto que no se llegaba a saber bien si eran o se hacían. Estos tiempos, más impiadosos, nos dan mediáticos descartables, que estallan ni bien se encienden para ser arrojados al instante al relleno sanitario que acumula la escoria social. Azcar trata a sus invitados como Crónica trata a Azcar; como “RSM”, “CQC” o “Bendita TV” tratan a Crónica; como los programadores tratan a esos programas. Y así. No en vano esta televisión, aquí y en todo el mundo, está marcada por “Gran Hermano”, programa donde se juega a descartar a la gente. Sin tratar de entender por qué las sociedades tienen estos medios, es difícil que podamos ser distintos que ellos.
*Investigadora de medios y docente (UNLAM).