Todas las sensaciones que están provocando Los Pumas en los argentinos tienen que ver con la esencia misma del rugby. Pero, sobre todo, el equipo capitaneado por Agustín Pichot envía en estos días un mensaje que debería romper con la leyenda –cierta durante mucho tiempo– de que el rugby es un deporte elitista. Que este complicado juego de la ovalada es para cualquier clase social y, seguramente, con eso también se están identificando los miles y miles de primerizos que se plantan frente a los televisores y que festejan con bocinazos las victorias.
Estos Pumas, como los casi 40 mil jugadores que hay en la Argentina (38.096 mayores y 8.894 infantiles), aprendieron el rugby bajo los conceptos del amateurismo. Y lo llevan en la sangre más allá de que hoy la mayoría de ellos lo practique de manera profesional en los equipos europeos. Ese es quizá el éxito más importante, el que los pone hoy en una posición que incomoda a una International Rugby Board (IRB) que piensa más en el negocio que en los orígenes del deporte.
Por eso, Pichot le dedicó el triunfo ante Irlanda “a la esencia del rugby argentino”. Por eso dice que “nosotros vivimos el rugby de una manera muy especial”. Nos detenemos un instante en él. Es, por lejos, el más marketinero, el que más cerca está de lo que es el universo del profesionalismo, pero jamás olvidó cómo empezó. Siempre recuerda de dónde viene. Por eso, ese Pichot que hoy arenga a Los Pumas es el mismo que lo hacía cuando capitaneaba a la Menores de 19 de su club de toda la vida, el Club Atlético San Isidro (CASI). Muchos habrán visto esa imagen en el programa Estudio, por ESPN, que conduce Alejandro Fantino.
“Están locos”, dicen los escoceses, los rivales de los cuartos de final. “Los últimos románticos del rugby”, los señala la prensa internacional. Locura para ir en busca del objetivo, romanticismo en los ideales. Eso que tanto atrapa a la enorme mayoría de los argentinos.
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