El profesor de ciencias de la computación Randy Pausch, de la Universidad Carnegie Mellon, en los Estados Unidos, tiene 46 años, una esposa que lo ama, tres hijos pequeños y un cáncer terminal. Su pronóstico es sombrío. Le quedan sólo algunos meses de vida.
Veinte días atrás, Pausch se despidió de una platea de 400 personas, entre colegas y alumnos de la universidad, con una conferencia titulada “Cómo vivir los sueños de la infancia”. Por su tono positivo e impactante, el diario “The Wall Street Journal” la llamó “una lección de vida”.
Es una actividad común en las universidades norteamericanos invitar a los profesores para que dicten una teórica “última conferencia”. La consigna de esas presentaciones es ¿qué tipo de sabiduría legarían al mundo en el caso de que les dieran una última oportunidad? En el caso de Pausch, lo de conferencia de despedida fue literal. Inició su disertación mostrando imágenes de sus últimas tomografías computada. “Los exámenes muestran que tengo cerca de diez tumores en mi hígado. Los médicos me dijeron que tengo de tres a seis meses de salud razonable. Eso fue hace un mes. Por lo tanto, hagan las cuentas”, dijo a una platea conmovida.
En lugar de girar sobre la autopiedad, Pausch recurrió al humor. “Si no parezco tan deprimido como debería, discúlpenme que los desilusione”, dijo. En un momento, Pausch hizo una serie de flexiones con un brazo solo. “Estoy en mejor forma que muchos de ustedes”, bromeó.
Impacto. Hace exactamente un año, a Pausch le detectaron un cáncer de páncreas. Es uno de los tumores más letales, con una tasa de supervivencia del cuatro por ciento en cinco años. Después del diagnóstico, le hicieron una operación para extraer el tejido maligno, que entonces medía 4,5 centímetros. Con el intento de aumentar sus chances de sobrevida, recibió tratamientos experimentales, como una vacuna y una combinación altamente tóxica de quimio y radioterapia. Al final de ese tratamiento, había perdido 20 kilos. Fueron tiempos de una dura batalla hasta que, un mes y medio atrás, Pausch se enteró de que la enfermedad había vuelto con fuerza.
“Lo más curioso de todo es que no estoy deprimido. Tampoco niego la enfermedad: puedo garantizar de que tengo la plena certeza de lo que va a pasar”, escribió en su blog, en el que hace relatos minuciosos de la evolución de su enfermedad. Ese tipo de reacción ante la muerte inminente no es tan infrecuente. “Pasada la fase más difícil, en que se elabora la enfermedad, es posible encontrar formas de vivir los últimos días de manera feliz”, sostiene la psicóloga Fernanda di Lione, del Hospital Sirio-Libanés de San Pablo, Brasil.
Para el médico psicoterapeuta Hugo Dopaso, especialista en cuidados paliativos de la Fundación Niketana, en Buenos Aires, la ayuda profesional puede hacer que las personas se preparen para afrontar la experiencia de la muerte con tranquilidad y plena conciencia de su finitud. “Si uno deja este mundo en paz, también van a quedar en paz los seres queridos que acompañan”, sostiene el autor de los libros “El buen morir” y “Así en la vida como en la muerte”. “Es un logro muy importante.”
Legado. Pausch resolvió morir en la playa, junto con su familia. Se concentra ahora en dejar videos grabados para sus hijos, entre ellos el de su última conferencia, y hará una despedida especial con cada uno de ellos. Con el mayor, Dylan, viajó recientemente a Disney World, dos días después del inicio de la quimioterapia paliativa que –él mismo reconoce– funciona en el 15 al 20 por ciento de los pacientes y sólo consigue ganar un poco más de vida. “No se pueden cambiar las cartas que nos dieron, sino cómo jugamos la mano. Voy a disfrutar al máximo cada día, y voy a jugar con mis chicos hasta que ya no pueda hacerlo”, escribió.