Caminaron hasta muelles y fuentes para tirar té a las aguas. Miles de norteamericanos hicieron eso días atrás. Como acto de protesta, hasta podría considerarse sereno y refinado, si no fuera porque en la historia hay un antecedente que revela la dureza del mensaje.
El Motín del Té, ocurrido en 1773, inició en Boston la rebelión contra la Corona inglesa. Los americanos de Massachusetts contrabandeaban té holandés, burlando la imposición de comprar el carísimo té chino que importaba la Compañía Británica de las Indias Orientales. Y cuando la Corona inglesa buscó cortar ese contrabando con altísimas tasas aduaneras, los llamados Hijos de la Libertad, disfrazados de indios mohawks, abordaron los barcos anclados en el puerto y arrojaron al agua todo el té chino que traían en sus bodegas.
El “Tea party” fue para la independencia americana lo que el Motín del Potemkin fue para la revolución bolchevique. Por eso la forma de protesta de grupos conservadores contra la política económica de Barack Obama no es serena ni refinada, sino extrema y exacerbada.
Esa misma derecha presentó el saludo con Hugo Chávez como si implicara una alianza política. En Mar del Plata, Bush también le había dado la mano al exuberante líder caribeño y nadie lo acusó de nada. Pero si Obama hace lo que impone la cortesía, resulta que es bolivariano. Más delirante aún fue la acusación de castrista por cambiar el eje de la política norteamericana hacia Cuba.
En rigor, lo que se vio en Trinidad y Tobago fue el contraste entre la mediocridad de Bush y la inteligencia de un hombre que movió el tablero de la región, dejando descolocado a Chávez y posicionando a Lula al menos tres casilleros por delante en la carrera por el liderazgo regional.
Cuando el presidente brasileño plantea a Obama que envíe a Hillary Clinton a Caracas para mejorar la relación bilateral, no le está haciendo un favor a Chávez, sino intentando quitarle el argumento con que construyó poder en Venezuela y en la región. La prepotencia imperial de Bush fue funcional al líder venezolano, mientras que, por el contrario, en un escenario en el que los Estados Unidos interactúan dialogando, no imponiendo, el combativismo chavista queda en out side. Del mismo modo, moviendo el eje de la política hacia Cuba, Washington recupera competitividad a la hora de influir sobre La Habana.
Como lo observó el ex canciller mexicano Jorge Castañeda, la purga que dejó fuera del régimen a Pérez Roque y Carlos Lage puso en evidencia la puja entre dos sectores dentro del gobierno de Raúl Castro. Un sector chavista procura mantener la tensión entre La Habana y Washington, que es lo que quiere Chávez, más allá de lo que diga públicamente, para que sus petrodólares lo mantengan como gravitación dominante merced a la debilidad económica de la isla. En cambio, la contraparte es un ala pragmática que apuesta a mejorar la relación con los Estados Unidos pensando en la “Doi Moi”, la política de “renovación” con la que el reformista Vanguyén Lyn resucitó la economía vietnamita con inversiones norteamericanas y de otras potencias capitalistas.
Lo que hizo Obama es entender que una marea de dólares que humedezca la reseca economía cubana, restará espacio a la influencia chavista y fortalecerá a los pragmáticos del gobierno de Raúl. En definitiva, lo planteado en Trinidad y Tobago es lo que han planteado muchos de sus antecesores: la política de dar un paso a cambio de que la contraparte actúe en consecuencia y, de ese modo, ir acordando reformas y aperturas, en lugar de seguir intentando infructuosamente imponerlas.
Nada de lo que dijo en Puerto España sonó a capitulación frente al régimen castrista. Señaló, por ejemplo, que “el pueblo cubano no es libre” y reiteró, con otras palabras, lo que había planteado en un artículo que adelantaba su posición en la cumbre: “Anhelo que llegue el día en que todos los países del hemisferio puedan tener lugar en esta mesa, conforme a la Carta Democrática Interamericana, y así como los Estados Unidos van en pos de ese objetivo en su acercamiento al pueblo cubano, esperamos que todos nuestros amigos se nos unan para apoyar la libertad, la igualdad y los Derechos Humanos de todos los cubanos.”
En síntesis, Obama se comprometió a avanzar hacia el fin del embargo, sólo si en Cuba se van dando pasos hacia la apertura política, al tiempo que comprometió a gobiernos latinoamericanos a colaborar con él en la promoción de esos cambios en la isla.
Obama no es el izquierdista que denuncia la derecha. Todas las inspiraciones de su pensamiento son mucho más complejas y profundas que el izquierdismo que los conservadores denuncian con la histeria que se expresó arrojando té en las aguas.
*Periodista y politólogo