Los reyes magos no le trajeron un buen regalo a Armando Gostanian. El ex director de la Casa de la Moneda durante el gobierno menemista recibió la mala noticia de que le secuestrarían el mobiliario de su tradicional restaurante “El Mejillón”, en Punta del Este.
El lunes 7, cerca del mediodía, se puso en marcha el operativo en el puerto esteño: los turistas miraban con asombro cómo retiraron muebles, heladeras y equipos de aire acondicionado, los últimos vestigios que quedaban a salvo en el lugar que acobijó en los veranos noventistas a lo más encumbrado de la política y el jet set argentino. La Justicia dio la orden de llevar los bienes que ya estaban embargados a raíz de un juicio laboral que le hicieron a Gostanian –conocido por el sobrenombre de “gordo bolú”– una decena de ex empleados patrocinados por el abogado Eduardo Cellanes. Ahora, van a remate.
Vidas paralelas. “El Mejillón” corrió la misma suerte que su dueño. Lejos del poder, los negocios del ex funcionario fueron investigados y, además de la demanda de los mozos y empleados del local, la Dirección General Impositiva uruguaya lo tenía en la mira por irregularidades. Se había pedido la clausura del comercio por la abultada evasión impositiva y, desde fines de noviembre, había dejado de funcionar. Al igual que otros siete restaurantes de Punta del Este, está sospechado por defraudación tributaria y falsificación de documentos. El doble juego de facturación entre los ocho sitios gastronómicos supera los 80 millones de dólares, según cifras oficiales.
“El Mejillón” ocupa la planta baja del edificio de propiedad de Gostanian. El primer piso se lo alquila al restó bar “Citrus”, cuyos gerentes temen que el verdadero interés de la familia del ex funcionario sea vender el complejo. “Hace mucho que no viene por acá. Está muy descuidado”, dice uno de los inquilinos.
Gostanian bajó su exposición pública desde hace años y dejó sus emprendimientos en manos de sus hijos. Amigo fiel de Menem, es recordado por haber usado la Casa de la Moneda para imprimir billetes de un peso con la cara del entonces presidente riojano para festejar la convertibilidad. Los hizo repartir gratis por la calle Florida, en pleno centro porteño. En “El Mejillón” había un espacio reservado, con todos los lujos, que sólo se abría en caso de que Menem pisara Punta del Este y tuviera ganas de degustar mariscos y pescados, y luego bailar unos tangos. En los últimos tiempos, se la solía ver a Zulemita, con cierta nostalgia de aquellos años felices.
Hoy el restaurante que tiene la mejor vista de la puesta del sol en la playa terminó de vivir el ocaso del despoder menemista.