Alberto, ¿cómo hacemos para aumentar la recaudación?”, preguntó Néstor Kirchner. Alberto es Fernández, el jefe de Gabinete, quien siempre tiene una respuesta para todo. “Subamos las retenciones al campo”, le contestó al ex presidente. “Es lo más rápido, y sin conflictos”.
Antes del paro del campo, antes del cacerolazo en la Plaza de Mayo, antes de la andanada de discursos de la Presidenta y de la peor crisis en cinco años de poder kirchnerista, esa conversación de los primeros días de marzo en la Quinta de Olivos había abierto la caja de Pandora. Kirchner escuchó el consejo del jefe de Gabinete y le dio luz verde: “Bueno, preparame algo y pasámelo”. Horas después, el proyecto de las retenciones de un 44% a las exportaciones de soja estaba sobre su escritorio. El ex presidente lo revisó, hizo algunos cambios menores y se lo devolvió a Fernández con la orden de que Martín Lousteau, el ministro de Economía, quien hasta entonces apenas había participado del asunto, lo anunciara. La génesis de la crisis fue contada a NOTICIAS por un hombre de extrema confianza del jefe de Gabinete. Lo que sucedió después, es historia conocida.
Ahora, Kirchner está furioso como nunca. No sólo con Fernández y su incapacidad manifiesta, sino con todos aquellos que se atrevieron a cuestionar a su esposa en medio de un conflicto que paralizó al Gobierno: líderes ruralistas, gobernadores que los apoyan, medios de comunicación y simples portadores de cacerolas, todos están en la mira del santacruceño. “Néstor está sacado, siente que le tocaron el culo y quiere vengarse ya”, confía con lenguaje crudo un funcionario que deambula entre la Casa Rosada y el bunker K de Puerto Madero. Como el apostador compulsivo que es, el ex presidente siempre dobla la apuesta, incluso en condiciones de inferioridad. Y su instinto político le dice que si no escarmienta a los rebeldes de estos días, la próxima sublevación sería mucho peor.
El Plan Venganza está en marcha.
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