Por motivos que siguen siendo misteriosos, a Néstor Kirchner se le ocurrió que la Argentina merece ser gobernada por su amada esposa. Confía en que una proporción suficiente de la ciudadanía comparta su punto de vista como para regalarle un triunfo en octubre. Si bien mucho podría suceder en los casi cuatro meses que nos separan de las elecciones presidenciales, es por lo menos factible que esté en lo cierto y que a la gente le encante la idea de remplazar al pingüino gruñón que siempre dice las mismas cosas por una pingüina que hasta Chiche Duhalde cree glamorosa, aunque también “muy intolerante, muy soberbia” y propensa a despreciar a los pobres. Sucede que en los círculos frecuentados por Chiche la imagen de Cristina de Kirchner se parece más a la de María Julia Alsogaray que a la de Evita. Los malintencionados dicen que es una mujer frívola, una multimillonaria con pretensiones intelectuales que gasta sumas impresionantes en los emporios más lujosos del Primer Mundo, que es, en fin, una izquierdista caviar típica. Puede que exageren quienes hablan así, que en realidad Cristina sea una estadista nata, de instintos progresistas genuinos, dotada de un talento administrativo extraordinario que, como nos asegura su marido, “va a hacer muchísimo mejor gobierno del que nosotros hemos hecho hasta ahora”. Tendría que serlo, ya que todo hace prever que el cuatrienio que comenzará en diciembre será mucho más difícil de lo que ha sido el transcurrido desde que la pareja se trasladó a Buenos Aires para encargarse del país aun cuando el gran boom económico mundial que tanto ha ayudado siga a todo vapor.
Para que su eventual gestión arrancara bien, a Cristina le sería necesario mostrar desde el vamos que no es chirolita de Néstor, que es mucho más que una figura decorativa que obedezca sus órdenes sin chistar. El país podría tolerar un arreglo de esta clase durante cierto tiempo, acaso un par de semanas, pero pronto se cansaría de la telenovela matrimonial y la especulación en torno a quién decide qué, las protestas contra la opacidad del poder comenzarían a multiplicarse y con ellas los chistes dudosos que con toda seguridad le harían mucho daño. Por ser la señora dueña de un temperamento fuerte, no sorprendería demasiado que la presidenta Cristina obligara a su marido a autoexiliarse en Santa Cruz, siempre y cuando lo permitan sus comprovincianos, y a abstenerse de hacer declaraciones públicas. ¿Se resignaría él a un destino tan humillante que, entre otras cosas, haría aún menos probable de lo que ya es su retorno a la Casa Rosada y Olivos en 2011 ó 2015? Es posible que sí, puesto que de ahora en adelante su prioridad no puede sino ser convencerse a sí mismo y al país de que al consagrar como su sucesora a Cristina no cometió un error pueril de consecuencias desastrosas para aquel “proyecto” al que suele aludir en sus repetitivas arengas.
Además de dejar sentado que es una presidenta de verdad, de resultar elegida Cristina tendría que enfrentar los muchos problemas que le legaría un marido notorio por su falta de interés en el mediano plazo, y ni hablar del largo. Si no fuera por la relación insólitamente íntima que la une a quien sería su antecesor, podría quejarse con amargura por heredar, entre otras cosas, una crisis energética espantosa, una tasa de inflación en aumento que el INDEC deshecho no puede ocultar y una cantidad alarmante de escándalos de corrupción a punto de estallar, pero mal que le pese, no le será dado insistir en que no tuvo nada que ver con la gestión anterior. A menos que Cristina decida divorciarse, se verá constreñida a pagar los platos que fueron rotos por su marido torpe. ¿Contará con bastante capital político como para hacerlo? Sería poco probable porque el grueso fue aportado precisamente por Néstor. Si la reputación pospresidencial del santacruceño se desgasta con tanta rapidez como la de Carlos Menem al llegar la mayoría a la conclusión de que su “proyecto” consistió en meter el país, una vez más, en un callejón sin salida, la más perjudicada sería Cristina.
Según Néstor Kirchner, su mujer tendrá el privilegio de profundizar “el cambio” que jura está en marcha, lo que es una forma de decir que espera que mantenga el mismo rumbo, aferrándose con tenacidad al llamado modelo productivo –el del “capitalismo de los amigos”– que se caracteriza por un peso recontrabajo que sirve para que los salarios sean “competitivos” y, desde luego, para alimentar la inflación, la hostilidad hacia las empresas petroleras, en especial Shell, y la negativa a intentar resolver los problemas pendientes con los muchos acreedores que se sienten defraudados. Es de suponer que por motivos que podrían calificarse de ideológicos Cristina, una hija de la década de los setenta, quiera hacerlo y que, como su marido, espere que la Argentina siga creciendo “al límite” aun cuando le falte combustible, pero las circunstancias que le aguardan la forzarán a optar entre procurar minimizar los costos políticos de las dificultades que surjan virando más hacia la izquierda populista, culpando a los neoliberales por todo lo malo, por un lado y, por el otro, intentar adaptarse al mundo que efectivamente existe tomando medidas destinadas a reconciliarse con las potencias financieras a fin de estimular las inversiones, una tarea que la obligaría a emprender una serie de reformas “estructurales” que muchos nestoristas, si fuera que aún los haya, denunciarían con vehemencia porque merecerían la aprobación de los tecnócratas satánicos de los países desarrollados.
¿Se impondría Cristina la ideóloga progre o la pragmática que es amiga de Hillary Clinton y otros líderes del Partido Demócrata estadounidense, personas que en su propio país son consideradas izquierdistas pero que aquí se verían ubicadas a la derecha de Ricardo López Murphy y Mauricio Macri? Hay motivos para creer que preferirá la segunda alternativa. Parece que no le gusta para nada el demagogo venezolano Hugo Chávez, aquel compinche histriónico de sujetos tan siniestros como el ultraconservador presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad que sueña con borrar a Israel de la faz de la Tierra. En sus excursiones frecuentes al imperio, Cristina ha manifestado una voluntad notable por vincularse estrechamente con la comunidad judía, razón por la que sería poco probable que resultara estar tan dispuesta como su marido a congraciarse con quien se proclama hermano de un personaje que quiere que haya un holocausto que sea aún más completo que el perpetrado por los nazis.
Mientras que Néstor Kirchner nunca se ha sentido cómodo charlando, intérpretes mediante si no hablan castellano, con sus homólogos extranjeros, razón por la que se resiste a arriesgarse viajando a otras latitudes, a Cristina le gusta tanto codearse con ellos que su precampaña se ha realizado casi exclusivamente en el exterior, en países como Estados Unidos, Francia y España. Si bien la repercusión local de tales actividades ha sido virtualmente nula, indican que su política exterior sería mucho menos aislacionista que la de su cónyuge, el que a menudo da la impresión de creer que con la presunta excepción de Venezuela el mundo que se extiende más allá de las fronteras nacionales es territorio enemigo habitado por brutos que puede desairar con impunidad. Pues bien, el que Cristina piense de modo muy diferente tendría forzosamente que incidir no sólo en la relación del país con el resto del planeta, comenzando con Europa y América del Norte, sino también en la política interna, ya que no le haría gracia que sus interlocutores extranjeros la tomaran por una tercermundista de ideas penosamente anticuadas. Mujer moderna, querría ser tratada en las metrópolis más prestigiosas con el mismo respeto que la chilena Michelle Bachelet.
Desgraciadamente para Cristina, muchos peronistas detestan a políticos de la clase que suele caer bien en los países avanzados: entienden que es porque no coinciden con el estereotipo sudoroso y gritón, cuando no neofascista, que por las razones que fueran se atribuyen en el Primer Mundo a los hombres del movimiento. Demás está decir que tal sentimiento no ayudará a Cristina a mejorar su relación personal con los muchachos del sindicalismo o con todos aquellos diputados, senadores y otros que se han sentido ofendidos por ella en el transcurso de su agitada carrera parlamentaria. Por lo tanto, si, como parece probable, la presidenta Cristina de Kirchner se encontrara en apuros debido a la necesidad de renovar, o cambiar, un modelo socioeconómico agotado, la oposición más peligrosa que tendría que enfrentar no procedería de ARI, PRO o la UCR no kirchnerista, sino de aquellos sectores del PJ que la quieren todavía menos que a su marido, lo que es mucho decir.