Los habitantes de Santa Cruz lo saben bien: los Kirchner nunca se comportaron como lo que usualmente se denomina “progresistas”. Para ellos, los derechos humanos eran un tema inhóspito (al punto de negarse a recibir a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo) y las represiones a las protestas callejeras no estaban excluidas de su manual de procedimientos. Tampoco pueden esgrimir un pasado militante durante la dictadura, ni como combatientes ni como abogados de presos políticos. Al contrario, la foto de Néstor Kirchner con las autoridades provinciales del Proceso recuerda los pocos problemas que tuvo el matrimonio mientras se dedicaban a litigar contra deudores hipotecarios y a militar en lo que se denominaba la derecha peronista santacruceña.
Sin embargo, al llegar al gobierno nacional comprendieron que debían dejar atrás su pasado si querían tener algún futuro. La metamorfosis fue instantánea pero, aun así, el verdadero espíritu de lo que fueron nunca dejó de existir.
Autoritarios con piel de progresistas, atemorizan a los ministros que piensan distinto, jamás aceptaron que se les hagan preguntas sin condicionamientos, presionan sin disimulo a los jueces y usan la Caja del Estado para comprar adhesiones. Como los viejos dictadores, utilizan el aparato comunicacional estatal y paraestatal y las tribunas públicas, para “marcar” a aquellos que osan criticar al Líder. Esos críticos son defenestrados con nombre y apellido, aparecen en las tapas de los medios kirchneristas solventados con publicidad oficial y en carteles callejeros al estilo de los bandidos “Buscados”.
Cuando esto sucedía durante la dictadura militar, los aludidos sabían que no tenían más alternativas que esconderse o exiliarse. Hoy, los señalados comprueban en carne propia que la repetición goebbeliana del mensaje del Gobierno logra calar en ciertos sectores: son insultados y en algunos casos agredidos en la calle. Pero nuestro pasado reciente está ahí para recordarlo: el poder siempre encuentra su límite. Los Kirchner, enceguecidos en su batalla por aferrarse a ese poder que ahora se les escapa de las manos, quizás todavía no lo noten. Pero están cada vez más cerca de convertirse en la caricatura de un progresismo con el que soñaron ser aceptados en el 2003.