Escena 1. Tres integrantes de la nueva comisión directiva de Boca Juniors caminan unas cuadras para entrevistarse con el comisario de la seccional 24ª, con el fin de conversar sobre temas relacionados con la seguridad en los partidos. Después de la reunión, vuelven caminando por esas mismas cuadras rumbo al club, y antes de llegar son interceptados por un grupo de la barra brava. Uno de ellos se presenta, y le repite casi textualmente todo lo que habían estado hablando con el comisario. “En estos días les vamos a decir lo que queremos de ustedes”, advierten con irónica parsimonia.
No mostraron ni una sola arma. No levantaron el tono de voz ni usaron la violencia física. Simplemente se limitaron a demostrar que los dueños de la comisaría eran ellos. Que si querían protección debían pactar con ellos, o no esperar nada de nadie. “¿Sabés lo que es salir de La Boca todos los días a las 10 u 11 de la noche y saber que la policía son ellos?”, trataba de justificarse uno de los dirigentes protagonistas de aquel episodio. Así empiezan los “favores”, así empieza a crearse un monstruo que después no se puede erradicar.
Escena 2. Reunión de comisión directiva de River Plate, en donde se estaba tratando la insólita venta de dos de los jugadores más cotizados del plantel y de otro grupo de juveniles, a un desconocido club suizo. Sin tener nada que hacer en ese lugar, los barras Alan Schlenker y Adrián Rousseau informaban vía handy el nombre de los dirigentes que se pronunciaban en contra de la venta.
La sospecha muy repetida en los pasillos de Núñez, es que la barra brava tenía algún porcentaje del pase de uno de esos jugadores y por eso quería que se realizara la venta. “Llegaron libremente hasta la misma sala en donde se realizaba la reunión para amedrentar a los que podíamos votar en contra”, relata uno de los dirigentes riverplatenses que estaba en esa reunión.
A partir de la proliferación de intermediarios que pululan como dueños de los derechos económicos de los jugadores de fútbol, los barrabravas –con complicidad de los dirigentes– se han ido adueñando de porcentajes de pases de jugadores. Esto ha sido admitido en algunos casos, como el de Rosario Central, y sospechado en otros, como en River y Boca.
Pero este negocio, que puede traer un gran rédito, es ínfimo en la ponderación de los enormes negocios que manejan hoy por hoy los violentos del fútbol, que en clubes como Boca o River, llegan a cifras cercanas a los 5 millones de pesos al año, unos 400.000 por mes. Ese es –ni más ni menos– el móvil de tantas peleas como la que estalló el domingo 16 en las inmediaciones de La Bombonera, cuando la facción liderada por Mauro Martín se enfrentó con el grupo que responde a “El uruguayo” Richard Laluz, con algunos heridos como saldo.
Llamativamente, la incidencia más grande en los ingresos de los barras corresponde al cobro de dinero por estacionar el auto en las cercanías de la cancha los días de partido. Los violentos tienen un batallón de “empleados” de tercera línea, que se encarga de recaudar los 20 pesos por auto a todo aquel que estacione 10 cuadras a la redonda del estadio. Haciendo cuentas, en un partido importante (sólo en uno), la recaudación puede ascender a los 60.000 pesos. A eso hay que descontarle el porcentaje que se llevaría la Policía el mismo día del partido por dejar que los “muchachos” trabajen con total tranquilidad.
Escena 3. Verano del 2005 en el Balneario 12 de Punta Mogotes, lugar clásico del ambiente del fútbol en Mar del Plata. Fuera del horario de trabajo, ese en donde deben insultarse, amenazarse e invitarse a pelear, los barrabravas de River y los de Boca se juntaron amistosamente en una típica reunión de negocios. Sucede que la gente de Boca estaba más avanzada en la explotación del merchandising del club y en el cobro de “peajes” en el Museo de la Pasión Boquense, y los de River querían saber un poco más acerca de esos menesteres. Algo así como un Congreso de barras. Ese mismo año, los dos cabecillas de la barra de River, Alan Schlenker y Adrián Rousseau, crearon formalmente la sociedad “Del Tablón SRL”, cuyo objeto social era la comercialización de merchandising. Finalmente, la pelea entre ellos hizo que el negocio no se llevara a cabo.
Es que las barras tienen mucho para vender. Desde las entradas de favor que les suelen dar los dirigentes, hasta la ropa oficial que les regalan los jugadores y que también sacan de la propia utilería de los clubes. “De Boca a veces se iban con una camioneta llena de ropa”, cuenta un ex dirigente. Una prenda de las marcas deportivas que visten a los clubes no baja de los 100 pesos cada una. Todo se vende, la caja no para de funcionar.
Con las entradas pasa lo mismo. Suelen recibir entre 200 y 500 por partido que no son utilizadas por ellos (entran por la fuerza), sino que las colocan en la reventa. Dependiendo del partido, la recaudación puede ser mayor o menor y estirarse hasta cifras extraordinarias en un Boca-River. Sin ir más lejos, uno de los barras de Boca que protagonizó la última batalla en Parque Lezama, tenía unas 50 entradas para repartir.
Escena 4. Reunión de la barra brava de River en el quincho del club antes del Mundial de Alemania 2006. Ya Schlenker y Rousseau les habían advertido al resto de sus “muchachos” que tuvieran sus pasaportes al día por si les tocaba en suerte viajar al Mundial. Esa tarde en el quincho, los líderes dieron la lista. Eran 34 los privilegiados que se hacían adjudicatarios de los pasajes que había “donado” el club. Para los que no fueron incluidos, el premio consuelo fue camisetas y pelotas varias. “Por ahora conseguimos esto, pero vamos a pedir más”, los tranquilizaron los jefes.
Los viajes al exterior son otra de las fuentes de recaudación de los violentos. Muchas veces consiguen lugares en los mismos vuelos chárter que contratan los clubes para trasladar al plantel. Algunos son usados por ellos, y otros pasajes son comercializados a través de agencias para otros hinchas que quieran viajar a los partidos. El viaje al Mundial es un tema aparte. Para los barras, estar presentes es también una demostración de poder y nadie quiere faltar. Los hinchas de Independiente ya se lo hicieron saber a sus jugadores, y en una reciente apretada les exigieron más dinero por su pobre rendimiento futbolístico, con la excusa de que tenían que empezar a recaudar para ir al Mundial de Sudáfrica.
Escena 5. Como cada mes, la barra brava de Boca pasa a recolectar el “impuesto al aliento” que deben pagar los jugadores. No lo hace la barra en persona, claro. Siempre es a través de algún nexo. “Estoy cansado, esto no tiene límites”, se había llegado a quejar por lo bajo uno de los ídolos del club, Guillermo Barros Schelotto en un momento. Pero siguió pagando su impuesto. El miedo, la mayoría de las veces, es más fuerte que el bolsillo.
Y el miedo es –como en todo accionar mafioso– el arma de estos grupos. Muchos de los dirigentes que colaboran con las barras lo hacen por miedo, y no por un rédito personal. Por el miedo de saber que aquellos que los están amenazando tienen línea directa con la Policía y con parte de la Justicia. Otros sí son cómplices. Los que utilizan a esos violentos para ganar elecciones e intimidar a opositores, como sucedió durante años con Eduardo López en Newell’s y como sucede en otros clubes.
A raíz de las causas judiciales que se están investigando con relación a barrabravas de River, se supo –por ejemplo– que el asesinado Gonzalo Acro –que formaba parte del grupo violento del club– era empleado de River y cobraba un sueldo en blanco de 5.763,55 pesos, o que Alexis Decoste (otro barra) ganaba 4.944,68 pesos y Carlos Casela 3.560 pesos. Además, estos hombres eran socios del club pero nadie pagaba la cuota. Había una oficina en el primer piso del Monumental en donde debían ir todos los meses a retirar sus cupones.
Escena 6. Con el aval del Estado, los dirigentes se animan a denunciar a los barrabravas, que son llevados a juicio y condenados. A medida que van aumentando las causas y las denuncias, la mayoría empieza a tener vedado el ingreso a los estadios por un efectivo uso del derecho de admisión en manos del Estado y el negocio empieza a esfumarse.
La escena 6 es la única ficticia. Quizás en algún momento pueda llegar a sumarse al plano de la realidad de las otras cinco.