El día antes de morir, ‘Juancito’ vino a buscarla a las 12 de la noche para llevársela, pero Marta no quiso dejar a su madre sola. Él le decía que tenía que irse inmediatamente del país, que no podía esperar, que tenía que abandonar el país en ese mismo momento…”. Quien cuenta las dramáticas alternativas de la última noche de Juan Duarte es Edith Ysetta, íntima amiga y confidente de la que fuera la pareja oficial del hermano de Evita; conocida en la ciudad bonaerense de Junín como la novia de “Juancito”.
La película “Ay Juancito” y casi todos los textos que cuentan la agitada biografía de Juan Duarte se encargan de resaltar su perfil de tarambana y amante de la vida licenciosa que incluyen sonados romances; entre los más famosos aquellos que tuvo con las actrices Fanny Navarro y Elina Colomer. Sin embargo, el hombre que apareció muerto nueve meses después del fallecimiento de su mítica hermana, tuvo una novia “eterna” a la que recurrió en busca de ayuda la noche anterior a su muerte. Y no se trató de una especie de “vuelta al nido”. En realidad, a pesar de sus múltiples affaires con figuras del espectáculo y vedettes, que le valieron el apodo de “Lux” (porque nueve de cada diez estrellas salían con él), Juan nunca se separó de Marta; mujer que, a los ojos de Eva, era su verdadera noviecita y futura esposa. Su sobrino, Edgardo Mazzolini, recuerda además que su tía y Evita fueron grandes amigas; todavía tiene grabadas las caricias que, siendo un nene, la mujer de Perón le dedicó en el famoso despacho donde atendía a los necesitados. “Eva era una mujer brava”, desliza al mismo tiempo.
El secreto. Parece que, aún cincuenta años después, todo lo relacionado con la abanderada de los humildes sigue teniendo un sabor agridulce. Las razones por las que Marta permaneció en la oscuridad durante seis décadas son simples: su cerrada negativa a hablar sobre Juan. No sólo se negó sistemáticamente a dar entrevistas, era muy reservada con su propia familia. Tan así fue que no es fácil conseguir un testimonio o una foto de ella. Junín, la ciudad en la que Evita vivió su adolescencia y de la cual partió (junto al cantor de tangos Agustín Magaldi) hacia Buenos Aires, guarda bajo siete llaves muchos misterios relacionados a los Duarte. Edith habló porque, ya fallecida su gran amiga, se sintió liberada y consideró que esa gran historia de amor merecía ser conocida por todos: “La novia de ‘Juancito’, la novia de toda su vida, era muy amiga… A ella, Juan le había hecho el primer chalet de la avenida San Martín (una de las principales de Junín), incluso antes de que el Mayor Alfredo Arrieta, que estaba casado con Elisa, una de las hermanas de Evita, hiciera la avenida”. Edith conoce muy bien ese chalet ya que terminó comprándoselo a Marta: “Marta, muy a su pesar, terminó vendiéndonos esa casa para mudarse a una más chica… Después de la muerte de su madre, esa casa quedó muy grande para ella. Tenía un sótano, incluso, inmenso que daba a la esquina de la terminal de ómnibus, donde antiguamente estaba la estación de trenes. Esa casa tenía muchísimas fotos de Evita. Cuando entré por primera vez me enamoré. Es preciosa, hace poco tiempo se secó el tilo de la vereda, que fue el primer tilo de la avenida. Originalmente tuvo tres frentes, los lotes linderos también fueron de Juancito en un momento. Después se vendieron”.
El sótano. El dato del sótano “inmenso” no es menor, se trataba de una construcción monumental a través de la cual Duarte podía entrar y salir a su antojo sin ser visto, quizá también escapar en caso de que fuera necesario. No era un sótano normal. Muchos viejos pobladores de Junín aseguran que, a partir de la muerte de Evita, las visitas de Juan a la ciudad se fueron espaciando; es probable que el sótano en cuestión tenga bastante que ver con su “desaparición”, ya que le permitía entrar y salir sin ser visto. Eso sí, todos coinciden en que se lo veía muy desmejorado. Esos nueve meses que ‘Juancito’ sobrevivió a su hermana resultaron un verdadero calvario para él. Acorralado por la sífilis, según aseguran sus biógrafos, convertido en un verdadero símbolo de la corrupción justicialista, y rechazado por el propio Perón (era su secretario privado), quien llegó a decir por radio: “Aunque sea mi propio padre irá preso, porque robar al pueblo es traicionar a la Patria”, Juan Duarte entró en una espiral de decadencia imparable.
Claro que la mujer que pudo haberlo salvado tenía otras fidelidades: “Con el tiempo yo le pregunté a ella por qué no se había ido con él si lo había esperado toda la vida. Su respuesta fue que no podía abandonar a su madre de un día para el otro”, asegura Edith. Ahora bien, ¿murió o fue asesinado? Aunque para la historia oficial se trató de un suicidio, el imaginario popular le atribuyó su muerte al General que, hay que decirlo, se vio muy beneficiado por la desaparición del “mi cuñado” más importante de la política nacional. Las confesiones de Marta Luisa Mazzolini son trascendentes porque hablan de un Juan Duarte desesperado, tratando de salir del país lo antes posible, sin siquiera poder esperar unas pocas horas.
Independientemente de que todos los suicidios son misteriosos, la pregunta es: ¿Por qué un hombre que está pensando en matarse viaja trescientos kilómetros para pedirle a su novia que lo acompañe a huir? La imagen de un ‘Juancito’ recorriendo la distancia que separa a Junín de Buenos Aires en busca de su amada no coincide demasiado con el estereotipo del tarambana acabado que se pega un tiro en la soledad de su casa. En una de esas, las palabras que dijo doña Juana, la madre de ambos, en el entierro de su hijo, sean algo más que una metáfora: “¡Asesinos! Me han matado a otro de mis hijos”, gritó frente a todos.
Al hablar con los vecinos de Junín que todavía viven y conocen la historia, es evidente que mucho de lo que se cuenta de la familia Duarte, especialmente de Juan, está tergiversado. Lejos de ser un chico de campo que se encandiló con las luces de la ciudad, ‘Juancito’ era desde muy joven un hombre de mundo que, a pesar de su magros ingresos como corredor de una empresa de jabones, vestía y trataba de vivir a la manera de un dandy; cualidad que se extiende a toda la familia. El repartidor que le llevaba la soda a doña Juana dice que ella lo atendía calzada con unas delicadas pantuflas; accesorio que por esos tiempos era una verdadera excentricidad. “Las Duarte”, así se las llamaba, eran todas mujeres bonitas de las que siempre se recalca lo mismo: vestían muy bien.
Las hipótesis. Edgardo Mazzolini asegura que el día de la muerte de Juan fue terrible para su tía; Marta viajó a Buenos Aires pensando que su novio estaba enfermo, recién al llegar le avisaron del “suicidio”. La existencia de la novia de ‘Juancito’ quedó suspendida en ese preciso momento: “Marta era muy bonita, tenía un cabello platinado hermoso y no se casó nunca…”, sigue Edith. La que alguna vez fue considerada la mujer más bella de Junín, pasó el resto de su extensa vida recordando a su gran amor y, en cierto sentido, acosada por el remordimiento. ¿Qué hubiera pasado si esa noche dejaba todo y se iba con él? ¿Lo hubiera salvado? Se trata de una cruz pesada que no le desearíamos a nuestro peor enemigo.
Si no se suicidó, ¿quién pudo haberlo matado? Las opciones son varias. Desde el mismísimo Perón o alguien de su entorno, hasta sus enemigos que quisieron tirarle un muerto cuando el justicialismo empezaba a decaer, pasando por las complejidades de las conexiones con el nazismo y el arribo al país de algunos de sus personajes notorios; entuerto en los que, según dicen, el hermano de Evita habría estado vinculado.
Lo único concreto es que esa visita nocturna a su verdadero amor pone, por primera vez, un manto de duda real sobre el destino de Juan Duarte; personaje que, igual que su hermana, también sufrió vejaciones después de muerto: Su cadáver fue decapitado por la llamada “Revolución Libertadora”, y su cabeza exhibida a manera de prueba del crimen; la actriz Fanny Navarro habría sido entrevistada con la cabeza de su amante sobre un escritorio; crueldad que la empujó a la locura. Para redondear el perfil novelesco de toda esta saga que forma parte de lo más oscuro y turbio de nuestra historia contemporánea, la bella Marta Luisa Mazzolini, imitando a las heroínas románticas, pidió ser enterrada con una foto de Juan en su cajón. Habían pasado más de cincuenta años y aún lo seguía amando con locura.
*Filósofo y publicista.