eguramente el futuro recordará al siglo XX no por sus despiadadas guerras sino por sus grandes contribuciones al conocimiento científico básico. La Genética fue reducida a la Química, y ésta a la Mecánica Cuántica de átomos y moléculas. El proceso mismo de creación de los átomos en el seno de las estrellas llegó a ser bien entendido. Los orígenes del mismo Universo comenzaron a conocerse en bastante detalle, etcétera. Sin embargo, a pesar de sus grandes logros intelectuales y prácticos, importantísimos en la recientemente completada centuria, la Ciencia es pobremente entendida tanto por legos como por muchos de los que la practican. Su carácter contra-intuitivo constituye una barrera importante a superar.
Aquí discutimos uno de los aspectos de la Ciencia que es generalmente visto desde una perspectiva ilógica. Es lugar común, señalado a menudo, que Religión y Ciencia son irreconciliables. Se trataría de visiones incompatibles de la realidad. Estas notas intentan mostrar, en breves líneas, que tal conflicto es lógicamente imposible, aunque históricamente encontremos abundantes manifestaciones de su existencia. Comenzamos esta apretada síntesis con algunas palabras sobre, precisamente, que se entiende por “realidad”, pues ello conduce inmediatamente a discernir la falsedad del conflicto.
Niveles de realidad
Nuestra vida transcurre inmersa en un complejísimo entorno que solemos llamar “realidad”. Se comienza nuestra discusión con una puntualización importante. Se puede afirmar que existen cuatro niveles de “realidad”, a saber:
1. Realidad medible
2. Realidad sensible
3. Realidad existencial
4. Realidad trascendente
Los tres primeros niveles se refieren a lo que nosotros podemos medir con instrumentos apropiados, asignando números; experimentar a través de nuestros sentidos; experimentar en nuestras vidas, pero no a través de nuestros sentidos sino subjetivamente como, por ejemplo, dudas, perplejidad, curiosidad, asombro, etcétera.
Se habla de estos distintos niveles de realidad desde el siglo XVII, época en que nace la Ciencia Moderna de la mano de Galileo y Descartes. Como anticipara el gran filósofo y matemático francés, la realidad sensible llega a coincidir hoy con la medible.
El cuarto nivel, la realidad trascendente, se refiere a todo aquello que pudiese existir, pero que no es accesible dentro de los tres primeros niveles. Es un hecho sociológico irrebatible el de que la mayoría de las culturas y sociedades han (y continúan) prestando mucha atención a este cuarto nivel.
La Ciencia trata exclusivamente con el primer nivel, lo medible y cuantificable. La Religión se concentra (o debiera hacerlo) en el último, en lo trascendente. No puede pues haber, desde un punto de vista lógico, conflicto alguno entre ellas, pues se ocupan Ciencia y Religión de ámbitos enteramente diferentes.
La ciencia es ante todo un método,
no una serie de contenidos
La Ciencia no es, aunque suene paradójico, un vasto conjunto de conocimientos. Es, en cambio, esencialmente, una metodología teórico-experimental repetible, predictiva y falseable (términos a aclarar en lo que sigue), aplicable sólo a fenómenos medibles. Se interroga a la Naturaleza por medio de procedimientos estrictamente protocolizados llamados experimentos, que deben poder ser repetibles indefinidamente. Es de vital importancia señalar que toda aseveración científica conlleva la existencia de un experimento que pudiera llegar a contradecirla (en términos más técnicos, falsearla). Una teoría científica debe poder predecir acertadamente el resultado de futuros experimentos. Aserciones no falseables, o teorías que no predicen, quedan fuera del ámbito de la Ciencia Cartesiana.
Puede generar alguna confusión el hecho de que, dado el enorme prestigio que la ciencia moderna ha ganado en los últimos tres siglos, muchas otras disciplinas del pensamiento se hayan atribuido a sí mismas el carácter de científicas (el Marxismo, por ejemplo). En esta clase estamos hablando solamente de actividades científicas en las que se sigue el llamado Método Científico, inventada por Galileo y Descartes en el siglo XVII.
Insistamos: lo fundamental de la Ciencia es el método, que permanece invariante. Los contenidos cognoscibles son cambiantes y transitorios, siempre provisorios. Ningún científico serio piensa que, en 100 años, los problemas más importantes a investigar vayan a ser los de hoy, así como los actuales eran inimaginables hace un siglo.
El campo científico está pues acotado a lo medible. La Ciencia no puede entonces adoptar, por su intrínseca naturaleza, posición frente a problemas teológicos. Estos son trascendentes y por ende no medibles. No hay entonces conflicto posible entre Religión y Ciencia, desde un punto de vista lógico.
Claro está que han existido enfrentamientos, y que los hay aún hoy, en la interfase Religión-Ciencia. Pero al estudiarlos con cierto detalle pronto advertimos que se trata siempre de temas de carácter personales y/o políticos. Chocan entonces entre sí algunas personalidades de la Ciencia con otras de la Religión. Pero ningún científico, por eminente que sea, representa a la Ciencia. La última está representada exclusivamente por publicaciones técnicas (popularmente llamadas “papers”) en revistas internacionales acreditadas y sujetas al juicio de referís especializados, en las que es muy difícil encontrar temas teológicos.
La Ciencia no está representada por charlas de café, artículos periodísticos, declaraciones a los medios, etcétera. En el lenguaje cotidiano vernacular exageramos, extrapolamos, generalizamos, no somos suficientemente rigurosos. Los dichos de Juan Pérez, astrónomo. no son los de “la Astronomía”. Son meramente de Juan Pérez. Los dichos de Juan Pérez sacerdote, predicador, pastor, no debieran ser “la Religión”. Son personales. Costaría mucho encontrar ecuaciones y diagramas en los Textos Sagrados de las distintas Religiones que pudiesen generar controversias científicas.
La Ciencia es pues una empresa colectiva llevada a cabo, desde hace unos 300 años, por miles de investigadores que siguen un Método. Tratemos ahora de precisar un poco más que es lo que estos investigadores hacen.
Una historia de dos mundos
Una posible respuesta al interrogante arriba planteado es ésta: la ciencia puede ser vista como una red de puentes que conectan dos mundos estrictamente separados: el Topos Uranus y el de los fenómenos Naturales. El Topos Uranus es un invento Platónico. Consideremos cualquier aseveración de la Matemáticas, cualquier Teorema (el de Pitágoras, o el de Tales, por ejemplo). Su validez no depende de ni de Pitágoras, ni de Tales, evidentemente. Era válido mucho antes de que éstos nacieran. ¿Cuánto antes? Obviamente, indefinidamente… Valía aún antes de que apareciera sobre el planeta el Homo sapiens, hace unos 200.000 años. También antes de que existiera el sistema solar.
En realidad, su validez no depende de nada, ni siquiera de la existencia del espacio, el tiempo o la materia. Este extraño tipo de validez, tan robusto, fue denominado trascendente por Platón (el más grande filósofo de todos los tiempos según Bertrand Russell) quien, 400 años antes de Cristo, postuló la existencia de un “mundo” especial en el que residen los objetos trascendentes. Lo llamó Topos Uranus. No está ni en el espacio ni en el tiempo, no lo encontraremos en ningún aquí, en ningún ahora. Trasciende al espacio-tiempo.
Extrañamente, el Homo sapiens puede acceder al Topos Uranus, vía la imaginación, la razón y/o la intuición. San Agustín, primer gran filósofo cristiano, ubicó en el siglo IV a Dios en el Topos Uranus: desde allí, el Dios del Cristianismo, un Ser infinitamente racional, habría creado el tiempo, el espacio, la materia y la energía.
Nuestro mundo, el de los fenómenos naturales
Nuestro mundo es aquél en que nos sentimos inmersos, y al que accedemos mediante nuestros sentidos, a veces amplificados por nuestros instrumentos de medición. Se trata de lo que llamamos “nuestro Universo”. La Ciencia puede ser vista como una red de conexiones.
Construye puentes entre el Topus Urano y los fenómenos naturales siguiendo prescripciones de Galileo (el primer Físico Moderno) y Descartes (el padre de la Filosofía Moderna, de quien Ortega y Gasset nos dice que fue el primer hombre moderno). Ni más ni menos que esto. Hay que aclarar sin embargo que se trata de muchos puentes entre el Topos Uranus y porciones muy limitadas y diminutas del mundo de los fenómenos naturales, a las que llamamos ámbito experimental.
El dictum a seguir fue establecido por Galileo: “MEDIR LO QUE SE PUEDA MEDIR Y HACER MEDIBLE LO QUE NO LO ES DE MANERA INMEDIATA”. Se procede en el ámbito de la Ciencia en varias etapas.
En un primer paso, del fenómeno que nos interesa describir seleccionamos algunas pocas variables que nos parecen (elección subjetiva) importantes, y que son medibles, es decir, les podemos asignar números (¡con barras de error!).
En un segundo paso, imaginamos algunas relaciones matemáticas entre tales variables pre-seleccionadas. Tales relaciones están en el Topos Uranus, por supuesto, dado que son ecuaciones. Se las denomina el “modelo” del fenómeno a describir.
En el tercer paso, realizamos experimentos repetibles y controlables para verificar si el modelo predice correctamente el valor numérico de algunas variables suponiendo que conocemos el de otras. Si esto es así hablamos a veces de LEYES. Estas se consideran válidas sólo en el contexto modélico. Fuera del mismo carecen de sentido. Históricamente, la primera de estas “leyes” fue establecida por Galileo: es la de la caída de los cuerpos y relaciona la variable “tiempo” de duración del proceso de caída con la variable “altura” desde la que el cuerpo cae. Si conocemos una de ellas podemos predecir la otra. Hoy contamos con miles de estas leyes en diversas disciplinas.
Si un conjunto de aseveraciones abstractas, llamadas axiomas, es capaz de explicar simultáneamente varios modelos distintos, entonces tenemos una teoría. Si varias teorías se construyen sobre una visión particular de la naturaleza, hablamos de un paradigma. Por ejemplo, el paradigma evolutivo de Darwin trata de entender los fenómenos biológicos desde el punto de vista de la supervivencia y competencia entre sí de estructuras diminutas llamadas genes, que tiene la capacidad de replicarse. Las famosas tres leyes de Newton pueden ser consideradas como los axiomas de una gran teoría: la Mecánica. Todos los fenómenos electromagnéticos, cuyo dominio fue la base de la tecnología del siglo XX, pueden ser cabalmente entendidos a partir de cuatro axiomas denominados ecuaciones de Maxwell, un físico escocés del siglo XIX. De los axiomas de una dada teoría se pueden deducir, usando matemáticas y lógica, consecuencias verificables experimentalmente, llamadas predicciones. La teoría es aceptable en la medida en que sus predicciones no sean falseadas. Aunque haya muchos éxitos, basta una sola predicción falseada para que la teoría se derrumbe. La teoría más importante hoy se llama Mecánica Cuántica (MC). A partir de ella surgen las fantásticas tecnologías computacionales y de comunicación que signan nuestras vidas a comienzos del siglo XXI.
Para dar un idea del carácter abstracto de los axiomas científicos reproducimos acá el primer axioma de la MC: “El estado de todo sistema está representado por un vector en el espacio de Hilbert”. Este axioma nos dice que cualquier estado posible de todo sistema del Universo está representado en el Topos Uranus por un ente matemático perteneciente a una sub-sección del mismo llamada espacio de Hilbert (matemático de fines del siglo XIX y principios del XX que lo descubrió).
La Ciencia trata básicamente con modelos matemáticos o algorítmicos que, en tanto modelos, se encuentran localizados en el Topos Uranus, pero predicen consecuencias medibles en los laboratorios. La Ciencia habla de la Realidad sólo a través de Modelos de aspectos muy parciales de ésta. Si un modelo es exitoso por su poder predictivo se torna sumamente creíble, pero no es nunca “verdadero”en forma definitiva. Puede en cambio ser falso.
Enfaticemos pues: la Ciencia trata NO con la “realidad” misma sino con modelos de aspectos muy especiales de ésta. Tales modelos evolucionan con el tiempo y cambian. Son muchas veces abandonados y reemplazados por otros, lo que viene sucediendo desde que Descartes publicara su Discurso del Método en 1637. Son siempre provisorios. Esta circunstancia impide el dogmatismo en Ciencia, aunque, claro está, los creadores de modelos sientan la humana tentación de aferrarse a ellos.
El origen de la Ciencia Moderna
Ahora bien, es un dato de la Historia que la Ciencia Moderna se origina en el seno de la Iglesia Católica, básicamente en la Catedral de Chartres. Esto está abundantemente documentado. Puede consultarse, por ejemplo, el excelente libro de Thomas Goldstein, prologado por Isaac Asimov, “The Dawn of Modern Science” (1988, Houghton, Boston). Citemos, como ejemplo, algunos pronunciamientos de interés de Padres de la Iglesia, y luego notables citas que encontramos en la que es tal vez la mejor Enciclopedia Biográfica de la Ciencia, la de Isaac Asimov, el más importante divulgador científico del siglo XX, quien en esta obra incluye a estos Padres entre los primeros científicos, lisa y llanamente.
En el siglo XII, el filósofo cristiano William of Conches dijo que “buscar la razón de las cosas y la ley de sus orígenes es la gran misión del creyente. No es el rol de la Biblia enseñar sobre la naturaleza de la cosas. Tal tarea corresponde el dominio filosófico”. El matemático y filósofo escolástico, Adelard of Bath, dijo desde la catedral de Chartres que “la Razón nos hace humanos. No podemos dar la espalda a la sorprendente belleza racional del universo”. Entre los 1.197 grandes científicos que cita Isaac Asimov en su “Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología”, Asimov incluye a figuras de la Iglesia como Tomás de Aquino (1225-1274), Alberto Magno (1200-1280), Roger Bacon (1214-1294), Guillermo de Occam (1280-1349) y Nicolás de Cusa (1401-1464).
Los ejemplos arriba citados ilustran el hecho de que, tal vez paradójicamente, la Ciencia Moderna tiene origen religioso católico. Entonces, resulta que una religión a la que se acusa (no sin razón) de haber perseguido a la Ciencia, es la que la crea.
La ciencia: actividad extraña
Desde otro ángulo, no podemos dejar de mencionar el carácter extraño de la actividad científica. No llegan a 400 los años transcurridos desde que Galileo miró el cielo por vez primera con un telescopio o de que las Matemáticas descubiertas por Descartes, Newton y Leibnitz hicieran posible la Ciencia e Ingeniería modernas. Poco más de un siglo ha transcurrido desde que se descubrió la naturaleza evolutiva de la vida. 50 años desde que se descubrió la estructura molecular de los genes, etcétera.
Los modernos seres humanos existen desde hace unos 200.000 años, habiendo evolucionado desde un ancestro común a nosotros y a los chimpancés desde hace unos 7 millones de años. Pero la Ciencia Moderna existe desde hace sólo algo más de 300 años. ¿Por qué tanta demora en aparecer? ¿Por qué tanta ignorancia durante casi toda la existencia del Homo sapiens? Como es indudable que la Ciencia Cartesiana existe debido a que los antiguos Griegos inventaron la Filosofía y la Matemáticas deductivas hace unos 3000 años, el misterio puede replantearse trasladándolo al porqué hicieron esto los Griegos y no otros pueblos antes. Tres mil años son una mínima fracción de los 200.000 de existencia de nuestra especie. Hay muchas especulaciones al respecto, pero el tema sigue básicamente abierto.
A nuestros presentes propósitos es lícito preguntarse por la razón de que, dado que la Filosofía y las Matemáticas deductivas existen desde hace unos 3000 años, la Ciencia Moderna sólo haya aparecido hace 300, el último diez por ciento. La respuesta ha sido dada por el máximo filósofo español, don José Ortega y Gasset en su obra “En torno a Galileo”, que nos remite a San Agustín, ferviente Platonista, a quien hemos mencionado arriba.
Entre las grandes religiones monoteístas, sólo el Cristianismo acredita adorar a un Dios infinitamente racional, cuyo reino no es de este Mundo y que dota a los humanos con la facultad maravillosa del libre albedrío. Por eso la Ciencia Moderna surge sólo en el Occidente Cristiano.
La Creación es entonces necesariamente racional y por ende accesible a la razón humana. Se tiene una garantía divina de que esfuerzos racionales en entender el Universo han de fructificar. Vale pues la pena dedicarse a tratar de entender la naturaleza. Pero es necesario, antes, separar Razón de Fe, para que tales esfuerzos no sean perturbados por el Dogma.
Esta separación la hace en forma magistral el más grande filósofo católico: Santo Tomás de Aquino, que distingue caramente entre los dos respectivos dominios y despeja así el camino para que la Ciencia se desarrolle libremente. Como la filosofía Tomista es doctrina oficial del Catolicismo, no hay vuelta atrás. Vemos pues que el origen de la Ciencia Moderna es necesariamente Cristiano.
Las persecuciones a científicos
Sin embargo, muchos científicos han sido perseguidos por su actividad, y algunos aún perdieron la vida. Por ejemplo, Giordano Bruno fue quemado vivo, luego de un proceso que duró siete años, el 17 de febrero de 1600. Miguel Servet, quien describió por vez primera el rol de los pulmones en la circulación de la sangre, sufrió la misma suerte a manos del gobierno de Calvino el 27 de octubre de 1553. El gran anatomista Vesalio casi corre la misma suerte en 1564, de la que sólo se salva por ser médico del Rey de España. El gran matemático Girolamo Cardano (1501-1576) pasó largas temporadas en la cárcel, condenado por hereje.
En mi opinión, estos terribles hechos son consecuencias de la vida política, que acompaña siempre la evolución de toda sociedad de seres humanos. Donde hay Poder hay Política. El liderazgo en cualquier actividad, aún la religiosa, incluye ingredientes políticos, inevitablemente. El poder político poderoso que se sienta amenazado puede reaccionar a veces recurriendo a la violencia. Se debe señalar que las grandes persecuciones a científicos por las religiones tuvieron lugar en la época de las Guerras de Religión Reforma-Contrareforma, que fueron conflictos netamente políticos y no enfrentamientos Religión-Ciencia.
Muchos científicos fueron perseguidos también por Hitler, Stalin, Mao, etcétera, que no eran precisamente líderes religiosos. Aún en pleno siglo XX se ha enjuiciado en los Tribunales de los Estados Unidos a profesores que enseñaban la obra de Darwin. Acusaba, en el más célebre de tales episodios, un gran populista, ex-candidato a la presidencia de USA. Este mismo 2007, ciertos grupos de activistas, usualmente considerados “progresistas”, están intentando prohibir investigaciones genéticas sobre “ovejas gay” en el Estado de Oregon, Estados Unidos.
La rueda sigue girando… La Ciencia suele molestar al Poder porque sigue su camino independientemente de los prejuicios, convenciones, supuestos o supercherías en los que pueda caer la opinión mayoritaria.
Para finalizar, dejamos planteado un interrogante. La mayoría de los científicos tienden a dedicar largas horas de cada día a sus Laboratorios, con remuneraciones que son en todas partes bajas respecto de los promedios nacionales. Buscan apasionadamente descubrir resultados nuevos. ¿Porqué? Porque los mueve un anhelo irresistible de lograr que su obra trascienda (¿y pase tal vez al Topos Uranus con su nombre adosado?). Vemos acá como el nivel de realidad número 3 se conecta con el número 1. Pero, ¿de dónde proviene tal ferviente anhelo, que ha motivado en ocasiones a arriesgar hasta la misma vida? Esto es, claro está, muy difícil de entender desde el nivel de realidad número 1, dentro del paradigma de la Selección Natural de Darwin. Por ahora.
* Doctor en Física. Profesor emérito de la Universidad Nacional de La Plata e Investigador Superior del Conicet. Premio Konex por sus aportes a la Física Nuclear.