Los elefantes son herbívoros tranquilos, y sólo recurren a la violencia cuando se sienten amenazados. Sin embargo, en los últimos años se volvieron más agresivos. En algunas partes de Asia y África, embisten contra los autos, casas y, a veces, barrios enteros sin ser provocados. Más de 500 personas fueron muertas en los últimos cinco años solamente en dos estados de la India. En Sri Lanka, los ataques de elefantes matan a cuarenta personas por año, contra 12 muertos anuales en la década del 80. Hace dos meses, un turista inglés fue aplastado por un elefante durante su luna de miel en Sudáfrica. En julio, otro paquidermo invadió una casa en Sumatra (Indonesia), y asesinó a su dueño con la trompa.
“La trompa no es un arma. Por lo general, sólo se usa para agarrar alimentos y ramas”, dice la psicóloga norteamericana Isabel Gay Bradshaw, especialista en elefantes de la Universidad del Estado de Oregon, Estados Unidos. “Lo que está ocurriendo es algo totalmente fuera de los carriles normales.”
Familia. Después de estudiar manadas en Asia y África, Gay Bradshaw concluyó que el cambio de comportamiento se debe al colapso de la estructura familiar de los elefantes, ocasionada por la caza de los ejemplares más viejos y la disminución de las reservas de vida salvaje en las últimas décadas. En un estudio reciente publicado en “Nature”, la científica afirmó que la especie sufre de “estrés postraumático”, y esto los torna más propensos a la depresión y la agresividad excesiva.
Una manada de elefantes es un grupo familiar cohesionado, en el que cada miembro está ligado estrechamente a los demás. Los hijos pasan ocho años bajo la tutela de la madre y también aprenden de las tías, primas, y, sobre todo, la matriarca que lidera el grupo. Después de ese período, los machos jóvenes se aprestan para una temporada de aventuras entre sus congéneres adultos.
El sentimiento familiar es tan intenso que, el año pasado, en Zambia, los elefantes atacaron un auto que había atropellado a dos crías. Volcaron al vehículo varias veces y la ruta estuvo bloqueada durante seis horas.
La extracción de los colmillos de marfil y la caza deportiva disminuyeron la población mundial de elefantes de 10 millones en el 1900, a los 500 mil actuales. Las reservas naturales lograron impedir su extinción, pero no fueron suficientes para evitar los desequilibrios familiares. En Tanzania y Zambia, por ejemplo, se identificaron varios grupos sin hembras adultas. En julio del 2005, tres elefantes fueron abatidos en el Parque Nacional Pilanesberg, en Sudáfrica, después de matar 63 rinocerontes y atacar autos con turistas. Se descubrió luego que su matriarca había sido muerta por cazadores, y que el trauma de esa vivencia había despertado la agresividad de los huérfanos.
Tácticas. Mediante el estudio de imágenes del cerebro de elefantes, el neurobiólogo norteamericano Allan Schore, de la Universidad de California, descubrió que la convivencia con otros ejemplares más viejos durante la infancia ayuda a desarrollar áreas ligadas a la emoción y las agresiones en el hemisferio derecho del cerebro. Para resolver estos desvíos y desactivar la mayor predisposición a conductas violentas, los especialistas recurrieron a tácticas heterodoxas. En Kenia, por ejemplo, el Instituto David Sheldrick para la Vida Salvaje adopta elefantes huérfanos y los cuida con madres humanas, quienes pasan la mayor parte del tiempo al lado de los animales y llegan a dormir con ellos en los establos. Más de sesenta elefantes ya volvieron a la vida salvaje. Es de esperar que más preparados para la coexistencia pacífica con los humanos.
(sbt)Ballenas – Bajo amenaza(sbt2)
Con otros gigantes en apuros. La semana pasada, un Encuentro Latinoamericano sobre Conservación de Cetáceos se pronunció contra la caza de ballenas e insistió en alentar el turismo de avistaje. Aunque el exceso también entraña riesgos: si se fastidian, las ballenas podrían abandonar el área y perder eficiencia reproductiva a largo plazo. “Es un problema científico para investigar”, dijo a NOTICIAS el biólogo Lorenzo Rojas Bracho, comisionado por México ante la Comisión Ballenera Internacional.