El nacimiento de un medio de comunicación (internet) no es la muerte de los otros que, por el contrario, como el teatro en la época de oro del cine (1930), tienen un espacio para renovarse. Una prueba de eso es que, en medio de las transformaciones realizadas por algunas radios, el verdadero cambio, no el de nombres, lo protagonizó Julio Lagos. Creativo, en un horario marginal, con una tecnología mínima y mucho -pero mucho- esfuerzo (ése que falta en la mayoría de las emisoras), el conductor dejó la poltrona y sacó la radio a la calle.
Con un pequeño equipo de transmisión en bandolera y un micrófono en la mano, a bordo de una camioneta (conducida por Jorge Santana), Lagos sale de madrugada para entrevistar a los que van a trabajar, a taxistas y canillitas, a porteros y amas de casa. A los 62 años, en la plenitud física y mental (porque tiene que poner el cuerpo), y con un pilotín cuando llueve y truena, registra la ciudad, vence la desconfianza de los que no se atreven a hablar porque conocen la ofensa de las cámaras ocultas, pregunta a los choferes de colectivos, pide que lo llamen (y lo llaman) y hace escuchar, por turnos, “entre las voces, una”.
Los aportes son formidables: Lagos va al Mercado Central y averigua que los precios máximos fijados para el pescado son una falacia. Y si quiere saber cuál es la opinión de la gente sobre la no asistencia de Kirchner al acto por Malvinas, en Ushuaia, en vez de llamar a los políticos, se lo pregunta a los transeúntes. Así sabrá, también, qué semáforos no funcionan, cuáles cajeros automáticos no dan dinero, qué pescan en la costanera norte o qué pasa con los vuelos en Aeroparque.
Una madrugada con los ojos vendados y con una remera que decía “ciego virtual”, Julio Lagos, desde la estación terminal Lacroze (Chacarita), se puso a caminar la ciudad para transmitir su “no videncia experimental”. Asesorado por dos ciegos, señaló la indiferencia de los supuestos “capacitados” y descubrió la guía que ofrecen a los no videntes en las calles, los olores y las corrientes de aire.
Roxana Lagos acompaña con eficacia desde el piso (porque mientras Lagos se traslada de un barrio a otro, hay que seguir generando radio). La producción cumple (Cecilia Claps y Florencia Albasini), Andrea Landi trae el informativo, Kirón da el horóscopo, y Juan Sala, Diego Jorge y Pablo Ponce, se ocupan de la técnica.
Mucho más podría contarse del programa, pero lo mejor es escucharlo. Porque el oyente podrá acompañar al conductor en medio de una riña en el Abasto o narrando la historia de una casa. Pero lo cierto es que la radio de Marcelo Tinelli, la que más creció en la audiencia en el 2006, tiene ahora otra clave para armar el mapa del tesoro.
En medio de grandes cambios (en la mayoría de los casos para volver a lo mismo), Julio Lagos trae un aporte, que parece fácil, pero que, como todo lo creativo e imaginativo, se sostiene sobre rutinas detalladas y hasta obsesivas. Cuando supere la disyuntiva de cómo hablar rápido (la hora lo exige) pero sin perder su encomiable tono sereno, el programa será perfecto. Porque no habla del hombre, sino de lo que le falta: trabajo, pan y justicia.