Para competir con Radio 10 (que la duplica y algo más en audiencia), Mitre ha interpuesto un recurso de la biología: el mimetismo. Y con la ilusión de alcanzar a su rival, cada mañana se le parece más. No sólo ha importado a Samuel Gelblung sino que, al igual que la 10, ha permutado el boletín de las 9 am por una ronda de chistes verdes. Tal es así que, hasta Hilda Bernard (entrevistada por Gelblung), advirtió la maniobra: “Te viniste de la otra radio con las mismas cosas”, le dijo al aire… Además, ahora y lo mismo que Oscar González Oro, Chiche también canta (aunque peor: que es decir).
Pero, asimismo, y con Chiche, la radio trajo a Cristina Wargon, la columnista más inusitada de la historia del aire: le pagan para que no hable y para que haga de puchingball. Como si fuera poco, entre ambas emisoras han logrado que más de la mitad de la audiencia escuche una “Argentina clonada”: en las dos estaciones se oyen falsos Kirchner (Cristina y Néstor), y Moyanos inventados, y Aníbales (Fernández) trucados, etc. (Claro que, detrás del chiste, asoma el fantasma de una interpretación: el país aburre y las radios punteras sugieren que es mejor, como en una carrera de postas, que los protagonistas reales de la actualidad ya le pasen la antorcha a sus clones).
Por supuesto, el programa, en su abundancia, es mucho más que lo dicho. Porque la producción es superlativa (el mismo Gelblung genera todo el tiempo), y Marcela Giorgi (locutora que clona a la Presidenta) es fantástica y está para más. Ariel Tarico, por su parte, en cada imitación se supera a sí mismo, Horacio Pagani habla de fútbol y (“Chiche” mediante) se va convirtiendo en personaje.
Son excelentes los contactos con el exterior (como Ana Barón en Washington) y, aunque su tono sereno no concuerda con el del programa; sobresalen también los aportes de Silvia Naishtat (reveló de qué manera la sequía incidirá en la economía global). Los móviles de Mitre son históricamente eficaces, pero suscitan una duda: ¿se adaptarán al “rigoreo”, como los de la 10? (“La próxima vez que me digas Dady te corto y no salís más”, puede decirles el conductor, al aire).
En dos semanas, Gelblung consiguió para Mitre logros indiscutibles: destripó la mafia policial en el “Caso Bergara”, demolió “en chiste” a Ricardo López Murphy, enseñó cómo se descubre a un columnista (Alberto Moya, de un periódico de Berazategui); y además, hablando con el embajador argentino en Islandia, sobre la presidenta lesbiana, extrajo datos formidables sobre la vida en ese país.
Samuel Gelblung mastica mientras habla, insulta a sus compañeros (“tarado”, “boluda”), se arriesga en cada frase (“El beso de la mujer a Obama, fue con asco”), y provoca siempre (“La mujer que usa taco de 11 centímetros no es decente”).
Es que Gelblung es un precursor, porque los medios, en el Siglo XXI, ya impusieron la liviandad de códigos. Pero años atrás, cuando todavía se daba la vida por fidelidad a ciertos principios, él ya repudiaba los escrúpulos periodísticos (“Que la verdad no impida una buena nota”, es la frase que le atribuyen).
Que se haya adelantado tantos años en la aniquilación de los códigos, y observando el rumbo de la cultura, permite evocar la siguiente anécdota: Sigmund Freud le autografió un libro a Benito Mussolini y lo llamó “héroe de la cultura”. Pero el “Duce” no sabía, claro, que para el “inventor” del psicoanálisis el fin de la cultura no era la felicidad de nadie, sino la represión de los anhelos humanos más profundos.