Un fantasma recorre el mundo de la pubertad: el fantasma de la felación. Fantasma húmedo que avanza de rodillas mientras desconcierta a los padres. Sin discriminar ninguna clase social. Ni escuelas. Religiosas o laicas. Avanza por el fondo de las aulas. Por los asientos más discretos de los micros escolares. Por las habitaciones mejor decoradas de los countries. Por entre las cortinas anónimas de las matinés. En los baños. Con precio fijo o ad honorem. En la Argentina, la edad promedio actual de iniciación sexual para mujeres y varones es de 15 años. La instancia de la felación es un aperitivo más temprano, en el que por distintos motivos las chicas ganaron la iniciativa. El caso de una alumna de noveno año en la escuela privada Santa Ana en Paraná, Entre Ríos, filmada con un celular itinerante la semana pasada mientras sorbía el entusiasmo de un compañero, desorientó a esa comunidad educativa. El caso reflotó otro en la Escuela Técnica N° 1 en Escobar, provincia de Buenos Aires: una estudiante de 16 años fue filmada y fotografiada mientras jugueteaba desnuda, a cambio de buenas notas, con algunos profesores del turno noche en el 2005. Por “delitos de orden sexual” fueron desplazados de sus cargos 27 directivos y docentes recién en el 2007. El mundo adulto descubre al fantasma de la felación púber con un temor casi burocrático: ¿cómo abordarlo? ¿cómo normativizarlo?
Bocas y braguetas. Internet, menos prejuicioso y más pragmático, mientras tanto, lo abraza. Lo suma de inmediato a los anaqueles de su infinita biblioteca sexual. Integra la oferta de las adolescentes con el ansia de exhibirse en blogs, portales, foros y fotologs, con la demanda de los adolescentes y el ansia de contemplar y cultivarse. Esa simbiosis, para una estudiante chilena de 14 años, “Wena Naty”, alumna del Colegio La Salle en Santiago de Chile, resultó agridulce: un compañero la filmó con su celular mientras hacía una fellatio a otro estudiante de su edad en una plaza. No le molestó el primer plano. Mucho menos la fama inmediata en todo el mundo cuando el video llegó a YouTube. Sí que la expulsaran del colegio y que sus padres le prohibieran salir de casa. Mientras su partenaire y el camarógrafo amateur siguen estáticos ante sus pupitres.
La sexualidad adolescente se exacerba casi en la misma proporción que salpica los parámetros de géneros y costumbres sexuales tradicionales que pretendían acorralarla. “Es posible que se disputen roles de poder entre hombres y mujeres en la fellatio –opina el sexólogo Adrián Sapetti–; el hombre se vuelve un títere de la mujer: allí se pone en cuestión el falocentrismo masculino”. Los especialistas coinciden en que el factor mediático es una clave para comprender el fenómeno. “El sexo oral, la eyaculación en la cara, era patrimonio del cine porno. Ahora llegó al ámbito de las prácticas privadas”, resalta Sapetti. Para la psicoanalista especializada en niños y adolescentes Ada Zimerman, “que chicos de 11 puedan ver pornografía en internet está instalado como algo normal y de acceso directo”. Se trata de información aún no procesable, entremezclada con el vértigo por alcanzar una experiencia propia: “Hay chicos que todavía se inician sexualmente con una pauta más sentimental, idealizando una única pareja –indica Zimerman–, pero entre chicas de 12 o 13 “el pete”, como llaman al sexo oral practicado por una mujer a un hombre, es el primer acercamiento a una sexualidad de descarga inmediata, pudiendo llegar a la penetración sólo años después”. Restringida al confín de una boca predispuesta y la bragueta de un voluntario masculino a la vista, esta sexualidad de la pura acción pasa a ser también una sexualidad que encuentra su ocasión en casi cualquier lado. No sólo en las escuelas.
En las mejores salas. Ocurrió en la fiesta de quince de la hija de un empresario extranjero radicado en el país. Una de las chicas invitadas se demoraba debajo de las mesas de los chicos. Los chicos se ruborizaban. No por nervios. En las fiestas, las ceremonias de felación son tan habituales –con la variante en los countries ABC1 del “póker-pete”, donde el premio al ganador queda siempre en manos de las chicas– que no hay piñata a la que se le escape el detalle del caramelo saborizante del después. Al empresario le costó asimilar lo que pasaba cuando lo entendió. Intentó ser paternal; darle algún consejo a la compañera de su hija. La respuesta de la chica todavía le cuesta un dineral en terapia familiar y cierta infamia entre sus colegas: “¡Pero si tu hija chupa más que yo!”
La psicoanalista Any Krieger insiste en el desplazamiento de los hábitos sexuales: para la adolescente, tomar la iniciativa es subvertir el derecho del hombre a disponer de ella –explica–, pero en la medida en que al hombre le resulta difícil negarse también es un modo de forzar su hombría. De todos modos –apunta Krieger–, el sexo oral permanece en lo pregenital: “Ocurre en reuniones y boliches como ocio: ‘¿me hacés el pete?’ es la pregunta de un juego mecánico, público, sin intimidad”. Para el psicoanalista Andrés Rascovsky, el juego suma un factor más: pretender esquivar el riesgo de enfermedades venéreas y de embarazos, a la vez que reduce para las chicas la angustia de la pérdida de la virginidad. “La fantasía de que evitar la penetración conserva la virginidad omite el riesgo de contagio del HIV”, agrega la psicóloga Andrea Gómez, del equipo del Centro Latinoamericano Salud y Mujer (www.celsam.org). Para la especialista, lo que el destape de la promiscuidad oral púber coloca en escena es cómo se construyen hoy los géneros sexuales: “el bombardeo mediático de sexo, la ausencia familiar, la necesidad de los adolescentes de repetir todo lo que los identifique como parte del grupo de sus pares se trasmite también al molde de los géneros: todo conduce a chicas con poca autoestima y chicos con la percepción de un rol de poder”. Las últimas investigaciones del CELSAM en el 2007 arrojan algunos datos del contexto de confusión adolescente: para las chicas, pretender que su pareja use preservativo siempre equivale al riesgo de hacer enojar al hombre y ser abandonadas. Si de todos modos lo reclama, se arriesga a que los hombres opinen que se trata de “una chica rápida”. Por otro lado, mientras que las pastillas anticonceptivas sólo se vuelven consultables en el horizonte de un noviazgo, la tenencia de un preservativo permanente en la billetera de un chico lo convierte en “sexópata” ante los otros. Por eso el sexo oral de estas chicas está disociado de un sexo placentero –opina Gómez–; es un puro acto de grupo, ímpetu adolescente en una sociedad que no provee ni se preocupa por proveer una educación sexual adecuada.
Petes y pestes. El fantasma de la felación púber arrastra además su estela de mitos anexos. En principio, el sexo oral se impone desde el punto de vista práctico, sobre todo, porque los jóvenes lo consideran un método incontrastable contra el embarazo. El temor más grande de las adolescentes –coinciden todos los especialistas consultados– es la multiplicación. Por esa razón es que el coito definitivo se retrasa apenas unos (pocos) años más. Para los adolescentes de estos tiempos, como para Woody Allen, “el sexo es asqueroso sólo si se hace bien”. De ahí que las felaciones satisfagan también otros mitos: que las pastillas anticonceptivas son nocivas porque hacen engordar, que es imposible embarazarse en la primera relación sexual o que los preservativos siempre vienen estropeados son algunos de los más difundidos entre los de 12 y 19 años. El mito más discutible –que además lo tiene al ex presidente norteamericano Bill Clinton como teórico ilustre– es si el oral es o no es sexo y si, en caso de serlo, es la clase de sexo que escuda la virginidad. “Entre las chicas ‘dark romantic’ –cuenta la ginecóloga Karina Iza, del CELSAM–, una de las tribus urbanas que se reúnen alrededor de la Plaza Pizurno, se preserva la virginidad accediendo sólo al sexo anal”. El problema no es sólo el riesgo de contagio del HIV; se trata de la desinformación de los chicos acerca de todo un abanico de otras enfermedades por lo general ignoradas. “Por vagina, ano y también por la boca –explica la especialista– pueden transmitirse virus y bacterias que van desde el HIV (a través de sangre y semen) hasta la clamidia, hepatitis B, hongos, sífilis, blenorragia o el virus del papiloma humano o HPB, que puede derivar en un cáncer de cuello de útero”. El preservativo, remarca la doctora Iza, es indispensable en todo tipo de relación sexual. También en el oral, donde la mucosa bucal es una de las más expuestas a la recepción de enfermedades. “Los chicos abren los ojos sorprendidos cuando se les dice que para eso existen también los preservativos saborizados. La reticencia a la consulta médica se da casi siempre por el pudor o la típica sensación de invulnerabilidad de los chicos”.
Rebelión virtual. ¿Cuánto hay entonces de “libertad” sexual en las fauces indomables de las adolescentes? “Una sexualidad indiscriminada y narcisista es muy distintas de una sexualidad que despliega placer con un otro”, explica la especialista en adolescentes Laura Rombolá. “La competencia por ver cuál hace más petes en una noche de boliche no implica ni sumisión ni poder: al no permitirse elegir alguien completo con quién estar, todos pierden la libertad para su inicio sexual”. No es casual el vínculo entre la palabra “pete” y el “chupete” –agrega el médico y psicoanalista Daniel Schmukler–, allí donde el “pete” funciona como una especie de ansiolítico: los varones obtienen un placer físico inmediato, mientras que la mujer, dejándose ver por todos, disfruta de la consecuencia: la fantasía de convertirse en una súbita sex symbol y desafiar todos los límites. “Al ánimo adolescente de evadir toda represión se suma el abuso del consumo de drogas y alcohol –resalta la psicoanalista Ada Zimerman–, que es un condimento más en la previa de muchas fiestas con la misma lógica de velocidad por actuar y no reflexionar” (ver recuadro). Para el psicólogo especializado en adolescentes Rodolfo Urribarri, este giro por el acto convertido en “actuación” ante cámaras y celulares capaz de registrarlo y publicitarlo todo, encuentra su apoyo en la nueva fascinación por la fama, ante la que el adolescente compensa el déficit de identidad propio de ese momento de la vida con la pura imagen, sobrevalorada por una cultura visual del tipo Gran Hermano. En esa misma línea, la especialista Any Krieger detalla: “Hay un omni voyeur en la cabeza de cada adolescente; el deseo declina ante la mirada y el sexo privado se banaliza hasta un registro pornográfico”.
Para los especialistas, ámbitos virtuales como el chat y el boom de un sexo que termina y empieza en lo oral tienen un punto en común: la posibilidad de moldearse a sí mismos en la web como quisieran ser –“dadle a un hombre una máscara y será él mismo”, escribía Oscar Wilde años antes del Messenger– y la posibilidad de evitar en el mundo real una conexión real con otra persona. “Hacer una fellatio a cualquiera es también un modo de no estar con nadie”, apunta Laura Rombolá, “un universo de relaciones virtuales implica siempre el mismo temor: el del riesgo de estar con otro”. Una enredada dinámica de los sentimientos que algunos adolescentes compensan con una más accesible y entretenida dinámica bucal.