Dicen que, poco antes de mudarse a la Casa Rosada, Néstor Kirchner dejó saber que las únicas dos personas a las que temía eran el mandamás del grupo Clarín, Héctor Magnetto, y el sindicalista Hugo Moyano. Magnetto resultó ser un tigre de papel; bien que mal, a la hora de votar, la influencia de los medios es menor de lo que creen políticos profesionales obsesionados por la imagen que ven reflejada en las páginas de los diarios y las pantallas televisivas. Mientras la economía parezca disfrutar de salud, el Gobierno contará con blindaje suficiente como para protegerlo contra los dardos periodísticos.
Moyano, en cambio, es un tigre auténtico. Tiene garras filosas y un apetito voraz. A pesar de todos los intentos oficiales de mantenerlo enjaulado, sigue siendo capaz de herir gravemente a cualquiera que pretenda desafiarlo. Además de estar en condiciones de paralizar el transporte interurbano y hacer de las ciudades un aquelarre, como jefe de la CGT el camionero representa la rama sindical del peronismo con la que el Gobierno de Cristina tiene forzosamente que convivir. No cabe duda de que le encantaría verse separado por fin del gemelo siamés truculento que lo acompaña a todas partes, pero para hacerlo le sería necesario someterse a una operación quirúrgica peligrosa que podría costarle la vida.
La estrategia de los kirchneristas consiste en tranquilizar a Moyano y los demás tigres sindicales dándoles de comer, y procurar debilitarlos aludiendo a los problemas legales que enfrentarían si el Gobierno los abandonara, negándoles los lugares de privilegio a los que aspiran en las listas electorales y agitando la interminable interna cegetista. Hasta ahora, dicha estrategia ha funcionado bien, pero al acercarse las elecciones y por lo tanto el inicio de una etapa política y, sobre todo, económica que será muy distinta de la actual, la rama sindical del movimiento hegemónico ha optado por recordarle a la Presidenta que no es una mascota domesticada, que, por el contrario, sigue siendo un poder fáctico con derechos adquiridos que le convendría respetar.
La detención por algunos días del ferroviario ultraizquierdista Rubén “Pollo” Sobrero y otros delegados sindicales por la quema, en mayo pasado, de trenes en la estación de Haedo. le brindó a Moyano una oportunidad para mostrar los dientes. No es que le preocupe el futuro de los ferrocarriles –su propio poder se ha visto aumentado por el desmantelamiento de lo que una vez fue el sistema más extenso y más eficiente de toda América latina–, sino que se le ocurrió que sería una buena idea solidarizarse con sindicalistas rivales. Así, pues, mediante un declaración firmada por los pesos pesados de la CGT, Moyano acusó a la Justicia, es decir, a los kirchneristas, de estar llevando a cabo una campaña “tendiente a demonizar la actividad sindical para avanzar así sobre los derechos de los trabajadores”, de tener “otra consideración y otra suerte” que “los narcos, los apropiadores de bebés, los abusadores de menores, los que hacen espionaje a los vecinos, los traficantes de armas, los corruptos, los que defraudan al Estado y al Pueblo”, con el resultado de que “los únicos que van presos son los sindicalistas”.
Exageraban, claro está, los autores de la misiva, pero lo que querían decir era que los sindicalistas exigían ser tratados como otros integrantes del Establishment nacional cuyas presuntas fechorías, entre ellas las supuestas por el enriquecimiento explosivo de personajes vinculados con el Gobierno de Cristina, no parecen interesar demasiado a los encargados de administrar Justicia. Sospechan que la Presidenta, rodeada como está de personajes que se suponen herederos de quienes casi cuarenta años atrás libraban una guerra sanguinaria contra la burocracia sindical, quisiera expulsarlos de la oligarquía populista que, a diferencia de la vacuna de antaño que aún figura en el relato kirchnerista, efectivamente domina el país.
Es probable que los sindicalistas que piensan así estén en lo cierto. En opinión de ideólogos que se las han ingeniado para convencerse de que el kirchnerismo es un fenómeno progresista, para no decir revolucionario, Moyano y otros jefes vitalicios son trogloditas, cavernarios de mentalidad derechista que, para más señas, militaron a su modo en la banda equivocada, la de José López Rega y los milicos, en la década para ellos fundacional de los setenta del siglo pasado. Entienden que por motivos pragmáticos, el gobierno kirchnerista ha tenido que aliarse con ellos, pero preferirían verlos reemplazados por personas de antecedentes un tanto más apropiados para los tiempos que corren.
Desgraciadamente para los que sueñan con un kirchnerismo depurado de elementos que son incompatibles con sus pretensiones progresistas y que esperan aprovechar la supremacía electoral de Cristina para lograrlo, tal y como están las cosas no tendrán más alternativa que la de resignarse al arreglo antinatural vigente. A diferencia de los gorilas, los generales mediáticos, los agoreros neoliberales y otros malos de la película oficial, los socios sindicales del Gobierno no son cucos que pueden ser derrotados una y otra vez por los guerreros propagandísticos del oficialismo en las batallas culturales que tanto los fascinan. Como saben muy bien los kirchneristas, son expertos en el arte de movilizar a los afiliados; les suministran las concentraciones que aplauden los discursos pedagógicos de la señora Presidenta. De proponérselo, les sería fácil llenar las calles de obreros destituyentes.
Por mucho que se queje Cristina de los “planteos sectoriales, mezquinos y corporativos” de gente como Moyano, no puede sino entender que no le convendría en absoluto que en los meses próximos el sindicalismo se le opusiera en nombre del “pueblo trabajador” que afirma encarnar. Si bien “el mundo” ayudó a la Argentina a salir del pozo en que se precipitó en el 2001 y el 2002, últimamente parece estar dispuesto a dejarla caer nuevamente, negándose a comprarle soja y trigo a precios abultados y cerrándoles las puertas a sus exportaciones industriales. Para sobrevivir, el “modelo” voluntarista de Cristina necesitaría contar con la colaboración entusiasta del resto del planeta, pero todo hace pensar que en adelante el mundo tendrá otras prioridades, ya que la Eurozona parece estar por despedazarse, los Estados Unidos están al borde de una nueva recesión, Brasil está pisando los frenos e incluso China podría estar por entrar en un período erizado de dificultades.
Aunque las desgracias económicas locales que se avecinan se deberán en buena medida a las deficiencias inherentes al “modelo” que Cristina reivindica con tanta pasión, lo que suceda fronteras afuera servirá para agravarlas. Es de prever que la Presidenta culpe al mundo por la crisis tremenda que, a menos que tenga muchísima suerte, estallará cuando apenas haya comenzado su segundo mandato, si no es que venga antes, pero sea como fuera lo último que precisaría sería tener que enfrentar un conflicto furibundo con sindicalistas decididos a defender sus “conquistas” cueste lo que les costare a los demás. Para Moyano, lo de Sobrero, que dejó malparados a los tentados a atacar al sindicalismo por la vía judicial, solo fue un aperitivo.
Mal que les pese a Cristina y a quienes conforman su pequeño círculo áulico, ya no pueden darse el lujo de fantasear con romper el pacto implícito que los une al camionero que, si toman en serio sus relatos favoritos, creen una reliquia de tiempos vergonzosos que quisieran ver superados cuanto antes pero que, para su frustración, se resisten a irse. Desde su punto de vista, Moyano simboliza una etapa anterior del peronismo, pero aun cuando lograran atraparlo en una red judicial para enviarlo a la cárcel, algo que no les sería del todo difícil ya que hay varias causas que podrían activar, entre ellas la supuesta por “la mafia de los medicamentos”, no resolvería el problema fundamental planteado por la relación orgánica del movimiento peronista con quienes se ufanan de ser su “columna vertebral”.
A través de los años, regímenes militares y gobiernos democráticos, en especial el encabezado por el presidente Raúl Alfonsín, han tratado de desmantelar el esquema de inspiración fascista que fue armado por Juan Domingo Perón según el cual se institucionalizó el poder sindical. Todos fracasaron. También fracasarán Cristina y sus laderos sí, en parte por razones ideológicas y en parte porque no les gusta la competencia, procuran subordinar el sindicalismo peronista al poder político que emana de las urnas.
No están en condiciones de hacerlo porque, como corresponde en una sociedad gobernada por personas embelesadas por la teoría del relato en que las apariencias importan mucho más que la mera realidad, los sindicalistas tienen a mano una cantidad enorme de pretextos legítimos para organizar una gran contraofensiva: la inflación que está devorando los ingresos de los asalariados, la miseria tercermundista en que viven hundidos millones de personas, la desigualdad creciente. Pasan por alto la diferencia entre la Argentina del relato y el país en que viven porque la alianza con el kirchnerismo les conviene: si Cristina opta por romperla, no tardarán en recordarle que son los dueños de la gobernabilidad.
* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.