Tener unas vacaciones tranquilas y disfrutar de la Argentina como se debe”. Esos eran los planes que tenía la princesa de Holanda, Máxima Zorreguieta, al llegar a su país natal, y con esas palabras –que sonaron más a advertencia que a expresión de deseos– los dio a conocer en la rueda de prensa que brindó en la embajada de los Países Bajos en Buenos Aires, antes de emprender viaje hacia la Patagonia junto a su familia real: su suegra, la reina Beatriz de Holanda; su marido Guillermo Alejandro de Orange, príncipe heredero de la corona; y sus tres pequeñas hijas: Catalina Amalia, de cuatro años; Alexia Juliana, de dos; y Ariadna Guillermina, de apenas ocho meses. Prole importada a la que pronto se le sumaría la rama local de los Zorreguieta.
“La Argentina” a la que se refirió la princesa durante el único contacto que hasta el momento tuvo con el periodismo es, en rigor de verdad, una ínfima porción del país. Una porción tan distante de la Argentina real como del asfalto que absorbe el calor agobiante de Buenos Aires en los primeros días de enero. Esa Argentina se llama Country Club Cumelén y está enclavada en una zona aledaña a Villa La Angostura, un rincón paradisíaco de la provincia de Neuquén. Aunque no lo suficiente como para amortizar la convivencia noche y día de dos familias con tan poco tema de conversación en común.
Por suerte, la realeza tiene hábitos más sofisticados que sintonizar la televisión abierta y en la primera noche del año, agotados por la pesca con mosca y los tragos en velero, no habrán visto por la pantalla de Telefe la segunda parte de la saga de los Focker, ese rendidor relato cinematográfico sobre el choque de consuegros rejuntados por las circunstancias del destino.
Para compensar, el Cumelén cuenta con el máximo confort imaginable y con la mejor cancha de golf de la región. No es un lugar común afirmar que se trata de un Country Club exclusivo. La membresía es más que rigurosa; para formar parte de ella, según sus socios, no alcanza sólo con tener dinero. Hace algunos años, por ejemplo, una comisión de propietarios vetó el ingreso como socio de Diego Maradona.
Allí, en tres casas ubicadas a orillas del lago Nahuel Huapi, alquiladas y preparadas especialmente para la ocasión, se alojó la comitiva holandesa compuesta por 16 personas. Entre los acompañantes de la familia Real, se encuentran los miembros de “marechaussée”, una especie de guardia pretoriana que los custodia a sol y a sombra y que, en ese afán de extrema seguridad, protagonizó un incidente con ribetes policiales.
Socorro. Hay motivos de sobra para suponer que unas vacaciones familiares y gasoleras en algún balneario de la costa pueden ser menos placenteras que un descanso en uno de los lugares más maravillosos de la Patagonia argentina. Pero también es verdad que, más allá del color de sangre que corra por sus venas, las suegras siempre son suegras, y que los hijos –aunque posean, aún sin saberlo, un destino de nobleza– pueden traer aparejados los mismos problemas y dolores de cabeza que cualquier chico del mundo.
Ni los títulos nobiliarios ni la fortuna más grande de Europa son capaces de garantizar unas vacaciones libres de contratiempos. Lo supo la pareja Real holandesa en la mañana del último día de diciembre, cuando notaron que Ariadna amanecía con un leve malestar respiratorio. Minutos después, los príncipes –que ya tenían clara la ubicación del hospital más cercano– emprendieron en auto los ochenta kilómetros de ruta que los separaban de la ciudad rionegrina de Bariloche.
Allí, en la vereda de la clínica San Carlos, mientras el doctor Luis Caride –director médico de la institución– auscultaba a la beba y les recomendaba a sus padres que le efectuaran una placa radiográfica para descartar cualquier afección grave en las vías respiratorias, sucedió el altercado que tuvo como protagonistas a los custodios de la realeza y a un grupo de reporteros gráficos que intentaban tomar imágenes de la familia de Máxima.
Una de las periodistas que forcejeó con los guardias de seguridad es Alejandra Bartoliche, una fotógrafa de la agencia Telam que sabe que en Bariloche –una ciudad a la que podría haber llegado por impulso de su apellido– las noticias no suelen trascender el ámbito local. Tal vez por eso, nunca se hubiera imaginado que su pelea cuerpo a cuerpo con un hombre que le impedía realizar su labor se convertiría en una de las noticias más importantes del fin de año.
Todo comenzó cuando los custodios les pidieron a los periodistas que habían ido a documentar la fugaz visita de los príncipes a Bariloche que se retiraran de la entrada a la clínica. “Les respondimos que la vereda era un espacio público y que nos íbamos a quedar ahí”, cuenta Bartoliche. Según su relato, un custodio les dio a entender que si no se abalanzaban sobre el auto podrían hacer algunas fotos. “Pero casi al mismo tiempo un compañero avisó que el auto de Máxima estaba saliendo por el garaje y empezamos a correr”, cuenta. Entonces los guardias apartaron a los reporteros con violencia. “Rompieron cámaras, le pegaron a un compañero y a mí me levantaron por las axilas. Cuando el auto de Máxima ya estaba lejos, el tipo me dio una patada en la pierna. Ahí mismo dejé la cámara y le pegué una cachetada al holandés”, agrega Bartoliche, y deja en claro que si bien no está orgullosa de lo que hizo, se dejó llevar por la bronca.
El episodio, además de ocupar las pantallas de los noticieros y las páginas de los principales diarios del país, tuvo fuerte repercusión en la opinión pública barilochense. Los periodistas agredidos recibieron el apoyo de, entre otros, el concejal del Partido Popular Rionegrino Daniel Federico Pardo, que afirmó en un comunicado titulado “Solidaridad y repudio” que los cronistas locales sufrieron “el retroceso en las relaciones humanas” practicado por los guardias de la realeza.
Familia unitta. El lunes 31 de diciembre, de vuelta en Villa La Angostura, y aún tratando de digerir el doble mal trago (el del malestar de su hija y el provocado por sus guardias), Máxima y Guillermo Alejandro recibieron la visita de Jorge Zorreguieta y de María del Carmen Cerruti. Los padres de Máxima llegaron a Cumelén para celebrar el comienzo del nuevo año junto a dos de sus hijos (Martín, el hermano de Máxima, vive en la Villa en forma permanente) y a sus parientes políticos.
Cualquiera observador imparcial que se dejara llevar por los hechos históricos podría suponer que, más allá de la diplomacia y de las formas regidas por el protocolo, la relación entre la reina Beatriz y Jorge Zorreguieta no es la más fluida del mundo. O que, al menos, un hombre que no pudo asistir a la boda de su hija debido a sus antecedentes cuasidelictivos no era el consuegro ideal que la reina anhelaba.
Jorge Zorreguieta, conocido como “Coqui” por sus íntimos –entre quienes se encuentra el ex ministro de economía José Martínez de Hoz– fue secretario de agricultura y ganadería de la Nación entre 1976 y 1980, los años más oscuros de la última dictadura militar. Su actuación en esos años no fue meramente técnica. Hay quienes afirman que antes del golpe de Estado, Zorreguieta, desde su puesto de secretario de la Sociedad Rural, conspiró con los medios a su alcance contra el gobierno de Isabel Perón. Los parlamentarios holandeses que en el 2002 no le permitieron asistir con honores al casamiento de su propia hija, adujeron que el ex funcionario no podía estar ajeno al plan de exterminio llevado a cabo por el régimen del que formaba parte.
Es presumible que la pareja real tiene peleas y discusiones como cualquiera. Y que esos roces se potencian teniendo a toda la prole en casa, cercados por un cordón de fotógrafos que los reduce a un paradisíaco –pero al fin– corralito. A la reina le gusta hablar en holandés y que sus nietos rediman el idioma. A los abuelos argentinos, la pompa doméstica full time no les resulta simpática. Y Máxima guarda bajo llave su viejo mal hablar porteño y sonríe con cara de foto.
Lo seguro es que sus discusiones conyugales nunca son generadas por el dinero ni por cuestiones aledañas: además de ser herederos de la corona más rica de Europa (según la revista Forbes, su patrimonio total, sumando propiedades y negocios, es de 5.650 millones de dólares). Máxima y Guillermo no tienen problemas de ingresos ni de vivienda: él por haber nacido en el vientre en el que nació, cobra 719.000 dólares por año, y ella por haberse casado con quien se casó, recibe anualmente la suma –algo menor pero nada despreciable– de 625.000 dólares. Ambos viven en un lujoso castillo con lago artificial, ubicado en el barrio de Wassenar de La Haya, que les fue cedido por el estado Holandés luego de la ceremonia de compromiso.
La vida obvia. La semana anterior al incidente de Bariloche, la familia real entera, vestida de manera informal y siempre seguida de cerca por sus guardaespaldas, fue a cenar a Tinto Bistro, el restaurante que Martín Zorreguieta regentea en el centro de Villa La Angostura y que recibe a los príncipes cada vez que visitan el país. Toda una excepción. Porque en los días que llevan de vacaciones, la comitiva holandesa tuvo escasas oportunidades de romper el aislamiento de Cumelén. Una mañana, mientras Máxima y Guillermo jugaban con sus hijos, la reina Beatriz disfrutó de un paseo en barco por el Nahuel Huapi y por la Isla Victoria, una extensa cresta boscosa que emerge a la superficie en medio del lago y en donde se pueden admirar las pinturas rupestres de las tribus que habitaron la zona siglos atrás. Los príncipes, por su lado, compraron muebles rústicos en el negocio que Emilio Alvear, secretario de gobierno de la Villa, posee en la zona de Lomas del Correntoso. El lunes 24 Máxima asistió a la misa de la capilla Nuestra Señora de los Lagos, y sólo al mediodía siguiente les permitió a sus hijas abrir los regalos de Navidad. Un estilo vacacional bien distinto del de sus años argentinos.